sábado, 20 de junio de 2020





En EXCLUSIVO:

El capítulo sobre Venezuela del libro de JOHN BOLTON “The Room Where it Happened” (“La habitación donde sucedió”).

De una fuente muy especial podemos publicar en exclusiva EL CAPÍTULO SOBRE VENEZUELA del libro del halcón JOHN BOLTON, un siniestro personaje que ahora publica un libro sobre su tiempo como asesor de seguridad del presidente estadounidense, DONALD TRUMP.

Hay que leerlo con lo que se merece, es decir con una “distancia social”, por su veneno y ganas de ir a la guerra a todo lo que huele democracia, progresismo y ni hablar de ideas y obras revolucionarias.

John Bolton es uno de esos fascistas puros que uno no lamentaría ni una sola palabra si pasaras a otra “dimensión”.

Porque el personaje es la expresión de muerte, de sangre y todo lo que quieras sobre la existencia del planeta, y hasta el “melón” de la Casa Blanca no lo aguantaba.

Así que tienes que leer éste capítulo en donde no perdona a Trump de no haber ahogado al pueblo venezolano y la cuna de Simón Bolívar en SANGRE.

Da realmente asco de leer ese personaje. Pero es necesario para entender cómo piensa y actúa el imperialismo expresado por uno de sus más sanguinarios servidores.

Mientras tanto, nosotros nos preparemos para dar la pelea hasta las últimas consecuencias, como diría Fidel ante una amenaza de tal magnitud que representa el imperialismo.

Dick E.




Traducción del capítulo sobre Venezuela del libro de John Bolton “The Room Where it Happened” (“La habitación donde sucedió”).

El régimen ilegal de Venezuela, uno de los más opresivos del hemisferio occidental, brindaba una oportunidad para el Gobierno de Trump, aunque ello requería una determinación constante de nuestra parte y una presión implacable, consecuente y total. No pudimos estar a la altura de ese criterio. El Presidente vaciló y cancaneó, lo que exacerbó los desacuerdos internos del Gobierno en lugar de resolverlos, e impidió, en reiteradas ocasiones, nuestros esfuerzos de aplicar una política. Nunca fuimos demasiado confiados en el éxito al apoyar los esfuerzos de la oposición para reemplazar a Nicolás Maduro, el heredero de Hugo Chávez. Casi fue lo contrario. Los oponentes a Maduro actuaron en enero de 2019 porque estaban convencidos que esa podía ser su última oportunidad de alcanzar la libertad tras años de intentos fallidos. Los Estados Unidos respondieron porque era nuestro interés nacional hacerlo. Y lo sigue siendo, y la lucha continúa.


Con posterioridad a los esfuerzos infructuosos para derrocar a Maduro, el Gobierno de Trump no vaciló en tratar públicamente y en detalle lo cerca que había llegado la oposición de desbancar a Maduro, y lo que había salido mal. Numerosos artículos de prensa se hacían eco de los detalles de lo que nosotros habíamos escuchado continuamente por parte de la oposición durante 2019, y que se analizan en el texto. Esto no era precisamente una situación de conversaciones e intercambios diplomáticos, y también escuchamos a muchos miembros del Congreso, ciudadanos privados de los EE.UU., en especial de los miembros de las comunidades cubano-americana y venezolano-americana en La Florida. Algún día, cuando Venezuela sea libre de nuevo, las muchas personas que apoyan la oposición serán libres de contar sus relatos de manera pública. Hasta ese momento, solamente tenemos los recuerdos de las personas que, como yo, tuvieron la suerte de contar esas historias por ellos.

Hay una historia de veinte años de oportunidades perdidas en Venezuela, dada la generalizada y tenaz oposición contra el régimen Chávez-Maduro. Poco tiempo después de que me designaran Asesor de Seguridad Nacional, mientras Maduro hablaba en una ceremonia de condecoraciones militares el 4 de agosto, fue atacado con dos drones. El ataque no tuvo éxito, pero mostró el fuerte disenso que existía dentro de las fuerzas armadas. Y las imágenes hilarantes de los efectivos huyendo enérgicamente ante el sonido de las explosiones, pese a la propaganda del régimen, demostró cuán “leales” a Maduro eran los militares.

El régimen autocrático de Maduro constituía una amenaza debido a su relación con Cuba y las oportunidades que le brindaba a Rusia, China e Irán. La amenaza de Moscú era innegable, tanto militar como financiera, habida cuenta de los cuantiosos recursos que había empleado para respaldar a Maduro, dominar la industria venezolana del petróleo y el gas, e imponerle costos a los EE.UU. Beijing no se quedaba atrás. Trump vio esto y, luego de una llamada al presidente de Egipto Abdel Fattah al-Sisi el día de Año Nuevo de 2019, me dijo que le preocupaba Rusia y China: “No me quiero quedar sentado mirando”. Venezuela no estaba en mis prioridades cuando empecé, pero una gestión compe-tente de la seguridad nacional exige flexibilidad cuando surgen nuevas amenazas u oportunidades. Venezuela era ese tipo de contingencia. Los Estados Unidos habían hecho frente a las amenazas externas en el hemisferio occidental desde la época de la Doctrina Monroe, y ya era hora de resucitarla luego de los esfuerzos de Obama y Kerry por darle sepultura.

Venezuela era una amenaza por sí misma, como lo demostró en un incidente en el mar el 22 de diciembre frente a la frontera guyanesa-venezolana. Unidades navales venezolanas trataron de abordar unos buques de exploración de ExxonMobil, que operaban con licencias de Guyana y en sus aguas jurisdiccionales. Chávez y Maduro habían puesto la industria venezolana del petróleo y el gas al borde del abismo, y los amplios recursos de hidrocarburos en Guyana presentaban una amenaza competitiva en el país vecino. El incidente se desvaneció cuando los buques de exploración regresa-ron rápidamente a zona innegable de aguas guyanesas, luego de rechazar la solicitud de Venezuela de aterrizar un helicóptero en uno de ellos.

Poco después del ataque con drones, durante una reunión que no guardaba relación, el 15 de agosto, surgió el tema de Venezuela, y Trump me dijo de manera enfática “Que lo hagan”, es decir que me deshiciera del régimen de Maduro. “Esta es la quinta vez que lo pido”, continuó diciendo. Describí la idea de lo que estábamos haciendo en una reunión limitada a Kelly y a mí, pero Trump insistió en que quería opciones militares para Venezuela y, luego, quedársela porque “es realmente parte de los Estados Unidos”. Este interés del Presidente en analizar opciones militares me sorprendió al inicio, pero no debía haberlo hecho. Según supe, Trump había abogado por ello con anterioridad, al responder una pregunta de la prensa, casi exactamente un año antes, el 11 de agosto de 2017, en Bedminster, Nueva Jersey:

“Tenemos muchas opciones para Venezuela y, por cierto, no voy a descartar la opción militar. Tenemos muchas opciones para Venezuela. Es nuestro vecino …es —estamos por todo el mundo y tenemos efectivos en todo el mundo, en lugares que están muy pero muy lejos. Venezuela no está muy lejos, y la gente está sufriendo y muriendo. Tenemos muchas opciones para Venezuela, incluida una posible opción militar si fuera necesario.”

Expliqué porqué la fuerza militar no era la respuesta, en especial dada la inevitable oposición del Congreso, y que podíamos alcanzar el mismo objetivo trabajando con los oponentes de Maduro. Posteriormente decidí centrar la atención en Venezuela, al pronunciar un discurso en Miami el 1 de noviembre de 2018 que tuvo bastante cobertura de prensa, y en el que condenaba la “troika de la tiranía” del hemisferio occidental: Venezuela, Cuba y Nicaragua. Anuncié que el Gobierno, en la marcha atrás en curso a la política de Obama hacia Cuba, impondría nuevas sanciones contra La Habana, y que también emitiría una orden ejecutiva para castigar el sector aurífero venezolano, el cual utilizaba el régimen para mantenerse a flote vendiendo oro del Banco Central de Venezuela. El discurso de la “troika de la tiranía” subrayó la afiliación de los tres gobiernos autoritarios, y creó la base para una política con miras al futuro. A Trump le gustó la frase de la “troika de la tiranía”, y me dijo “Das muy buenos discursos”. Este, como señalé, lo había escrito uno de sus propios redactores de discursos.

Desde luego, Trump también decía periódicamente que quería reunirse con Maduro para resolver todos nuestros problemas con Venezuela, lo que ni Pompeo ni yo considerábamos una buena idea. Un día de diciembre, me encontré con Rudy Giuliani en el Ala Oeste. Me pidió pasar a verme después de una reunión de los abogados de Trump, que era la razón por la que se encontraba allá. Tenía un mensaje para Trump del representante Pete Sessions, quien desde hacía mucho tiempo había abogado por que Trump se reuniera con Maduro, al igual que el senador Bob Corker, por motivos que sólo ellos conocen. Hablando de esto más tarde, Pompeo sugirió que primero enviáramos a alguien a Venezuela a ver a Maduro, aunque nada llegó a suceder, en la medida en que posteriormente decayó el interés de Trump de hablar con Maduro.

El gran momento en Venezuela llegó el viernes, 11 de enero. El nuevo y joven presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, anunció en una gran manifestación en Caracas que la Asamblea declaró ilegítima la evidentemente fraudulenta reelección de Maduro de 2018 y, por tanto, no válida. En consecuencia, la Asamblea, la única institución legítima y elegida popularmente, había declarado vacante la Presidencia de Venezuela. A tenor de la cláusula de ausencia presidencial de la Constitución del propio Hugo Chávez, Guaidó planteó que él se proclamaría Presidente Interino el 23 de enero, día en que se conmemora el aniversario del golpe militar de 1958 que derrocó la dictadura de Pérez Jiménez, y que sacaría a Maduro para preparar nuevos comicios. Los EE.UU. se habían enterado a última hora que la Asamblea Nacional daría un paso en esa dirección. Nosotros no desempe-ñamos ningún papel para alentar o ayudar a la oposición. Ellos vieron este momento como su última oportunidad posible. Ahora todo estaba en juego en Venezuela, y teníamos que decidir cómo responder. ¿Sentarse y mirar? ¿O Actuar? Yo no tenía dudas de lo que debíamos hacer. La revolución había comenzado. Le dije a Mauricio Claver-Carone, a quien había elegido recientemente como Director para el Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional (CSN), que sacara una declaración de apoyo.

Informé a Trump sobre lo que había pasado, interrum-piendo una reunión con un desconocido cuyo horario de terminación ya había pasado. Trump, sin embargo, se irritó al informarle solamente de un posible cambio en Venezuela, y dijo que debía sacar la declaración en mi nombre, no en el de él. Pude haberle recordado que no hacía ni diez días él había dicho “No quiero quedarme sentado mirando”, y probablemente debería haberlo hecho, pero sólo saqué la declaración en mi nombre. Maduro reaccionó con dureza, y amenazó a los miembros de la Asamblea Nacional y sus familiares. Al propio Guaidó lo arrestaron por una de las fuerzas de la policía secreta del régimen, pero [……]. Se especuló que en realidad fueron los cubanos los que arrestaron a Guaidó, aunque su liberación indicó una verdadera confusión en el régimen, una buena señal.

Yo también publiqué el primero de una serie de tuits sobre Venezuela de condena al arresto de Guaidó por parte de la dictadura de Maduro. Me sentía animado por que el gobierno de Maduro pronto me acusó de dirigir un golpe “contra la democracia de Venezuela”, enfoque que siguieron otros adversarios que atacaban a los asesores de Trump. Lo más importante es que comenzamos a diseñar pasos que se deberían tomar de inmediato contra el régimen de Maduro, y también contra Cuba, su protector y posible controlador, y Nicaragua. ¿Por qué no arremeter contra los tres a la misma vez? Las sanciones al sector del petróleo eran la opción natural, pero ¿por qué no declarar a Venezuela un “estado patrocinador del terrorismo”, algo que yo había sugerido por primera vez el 1 de octubre de 2018, y también volver a poner a Cuba en la lista después de que Obama la sacara?

Con Chávez y ahora con Maduro, los ingresos de Venezuela por concepto de las exportaciones relacionadas con el petróleo habían disminuido drásticamente, en la medida en que la producción cayó de aproximadamente 3,3 millones de barriles diarios cuando Chávez asumió el poder en 1999 a aproximadamente 1,1 millones diarios en enero de 2019. Esta caída en picada que llevó a Venezuela a niveles de producción no vistos desde los años cuarenta, ya había empobrecido al país de manera sustancial. Llevar la producción del monopolio estatal del petróleo al nivel más bajo posible, lo cual gozaba con el apoyo pleno de la oposición, bien que pudiera haber sido suficiente para llevar a pique al régimen de Maduro. Hacía falta otras sanciones necesarias para eliminar las entradas ilícitas de ingresos —en especial el tráfico de drogas con los narcoterroristas que operaban principalmente en Colombia, y que tenían refugio en Venezuela— pero era clave golpear la empresa petrolera.

El 14 de enero, yo había convocado una reunión del Comité de Directores en la Sala de Situaciones para analizar las opciones de sancionar al régimen de Maduro, en especial en el sector del petróleo. Pensaba que ya era hora de apretar las tuercas y pregunté “¿Por qué no vamos por la victoria?”. Rápidamente quedó claro que todo el mundo quería tomar acciones decisivas excepto el secretario del Tesoro Mnuchin, quien quería hacer poco o nada, con el argumento de que, si actuábamos, se corría el riesgo de que Maduro nacionalizara lo poco que quedaba de las inversiones de los Estados Unidos en el sector petrolero en Venezuela y que se dispararan los precios internacionales del petróleo. Mnuchin en esencia quería una garantía de que tendríamos éxito, con Maduro derrocado, si imponíamos las sanciones. Desde luego que eso era imposible. Si tengo algún recuerdo de Mnuchin del Gobierno —y hubo muchas copias al carbón de esto, de que Mnuchin se opusiera a fuertes medidas, en especial contra China— es precisamente esta. ¿Por qué nuestras sanciones a menudo no eran arrolladoras y efectivas como deberían? No hace falta leer más. Como me diría en abril el secretario de Comercio Wilbur Rose (un renombrado financista, mucho más conservador políticamente que Mnuchin, quien básicamente era un demócrata), “A Stephen le preocupan más los efectos secundarios en las empresas estadounidenses que la misión”, lo cual era completamente exacto. El argumento de Mnuchin para la pasividad era totalmente económico, de modo que fue importante que Larry Kudlow interviniera enseguida para decir “Yo tengo también el mismo punto de vista que John”. Keith Kellogs añadió que Pence pensaba que debíamos “ir con todo” contra la empresa estatal petrolera de Venezuela. Eso tuvo enormes consecuencias ya que Pence rara vez brindaba sus puntos de vista en ese tipo de escenario para evitar cerrarle el paso al Presidente. Pompeo estaba de viaje, pero el vicesecretario de Estado John Sullivan intercedió a favor de las sanciones, aunque sin gran especificidad. El secretario de Energía Rick Perry estaba firmemente a favor de sanciones duras, echando a un lado las preocupaciones de Mnuchin sobre los limitados activos en el petróleo y el gas de los Estados Unidos en Venezuela.

Mnuchin era una minoría de una sola persona, así que dije que enviaríamos a Trump un memorando con una decisión dividida, y todos debían plasmar sus argumentos rápidamente porque estábamos actuando con rapidez. Pence se había ofrecido antes para llamar a Guaidó y brindarle nuestro apoyo, lo cual, después de escuchar a Mnuchin, pensé que era una buena idea. La llamada salió bien, y aumentó la urgencia de que los Estados Unidos reaccionaran con algo más que una retórica de elogios a la Asamblea Nacional venezolana. No obstante, Mnuchin mantuvo su campaña de no hacer nada; Pompeo me contó que sostuvo una llamada telefónica con Mnuchin durante treinta minutos el jueves y le había hecho la contrapropuesta de aplicar las sanciones por partes. Le respondí que ahora era que teníamos una oportunidad de derrocar a Maduro, y que pudiera pasar mucho pero mucho tiempo antes de que tuviéramos otra oportunidad tan buena como esta. Con medias tintas no se iba a resolver nada. Pompeo estuvo de acuerdo en que no queríamos replicar a Obama en 2009, y ver la represión de protestas en favor de la democracia en Irán sin que los Estados Unidos no hicieran nada. Eso indicaba que Pompeo se estaba moviendo en la dirección apropiada. Incluso la Organización de Estados Americanos, desde hace mucho una de las más moribundas organizaciones internacionales (y eso es por decir algo), despertó para ayudar a Guaidó, mientras un creciente número de países de América Latina salían a declarar su apoyo a la Asamblea Nacional desafiante en Venezuela.

El mero hecho de que Guaidó siguiera en libertad demostraba que teníamos una oportunidad. Necesitábamos la decisión de Trump sobre las sanciones y si se reconocería a Guaidó como el Presidente Interino legítimo cuando cruzó el Rubicón el 23 de enero. El día 21 expliqué a Trump los posibles pasos políticos y económicos que se podían tomar contra Maduro y dije que mucho dependía de lo que sucediera dos días más tarde. Trump dudaba de que Maduro cayera, diciendo que “era demasiado inteligente y demasiado duro”, lo cual era otra sorpresa habida cuenta de los comentarios anteriores sobre la estabilidad del régimen. Poco tiempo antes, el 25 de septiembre de 2018, en Nueva York, había dicho que “es un régimen que, francamente, puede derrocarse muy rápidamente por el ejército, si las fuerzas armadas deciden hacerlo”. Trump agregó que también quería el más amplio diapasón de opciones contra el régimen, solicitud que yo trasladé a Dunford más tarde ese mismo día. Dunford y yo analizamos también lo que haría falta si las cosas salían mal en Caracas, lo que potencialmente pudiera poner en peligro las vidas de personal estadounidense en funciones oficiales e incluso ciudadanos particulares de los Estados Unidos, por lo que quizás se necesitara evacuar “sin previo aviso” a los que estuvieran en peligro.

Mientras más pensaba sobre eso, más cuenta me daba de que la decisión sobre el reconocimiento político era más importante ahora que las sanciones al petróleo. En primer lugar, el reconocimiento de los Estados Unidos hubiera tenido grandes implicaciones para la Junta de la Reserva Federal y, en consecuencia, para todos los bancos del mundo. La Reserva Federal hubiera traspasado automáticamente el control que tuviera de los activos del gobierno venezolano al Gobierno encabezado por Guaidó. Lamentablemente, como veríamos más tarde, el régimen de Maduro había sido muy competente en robarse o dilapidar esos activos, no quedaban muchos. Ahora bien, las consecuencias financieras internacionales del reconocimiento eran, sin embargo, significativas ya que otros bancos centrales y bancos privados no estaban dispuestos a un enfrentamiento con la Reserva Federal. En segundo lugar, la lógica de las sanciones al monopolio petrolero del país, y otras medidas a las que se resistían Mnuchin y el Departamento del Tesoro, serían irrefutables una vez que endosáramos la legitimidad de Guaidó. Con ese fin, programé una reunión a las ocho de la mañana el 22 de enero con Pompeo, Mnuchin, Wilbur Rose y Kudlow.

Dentro de Venezuela aumentaban las tensiones. En las horas previas a nuestra reunión, las manifestaciones se habían extendido durante toda la noche, incluido los cacerolazos, tradicionales reuniones para golpear ollas y cazuelas en las zonas más pobres de Caracas, la base original del apoyo chavista. La escasez de productos básicos aumentaba, y los manifestantes habían tomado control brevemente de las carreteras del aeropuerto de Caracas. Sólo los colectivos, las pandillas armadas de matones en motocicletas utilizadas por Chávez y Maduro para sembrar el terror e intimidar a la oposición, y que esta última consideraba que eran equipadas y dirigidas por los cubanos, aparecieron para reabrir las carreteras. Nada del ejército. El ministro de Defensa Vladimir Padrino (un latino como tantos otros que tenían nombres rusos, de la época de la Guerra Fría) y el ministro de Relaciones Exteriores Jorge Arreaza habían abordado a la oposición para explorar tentativamente lo que significaría la amnistía de la Asamblea Nacional para los oficiales de las fuerzas armadas que desertaran en caso de que se impusiera la oposición. Sin embargo, tras años de hostilidades entre ambas partes, había una verdadera falta de confianza dentro de la sociedad venezolana.

En estas circunstancias, pregunté si debíamos reconocer a Guaidó cuando la Asamblea Nacional lo declarara Presidente Interino. Ross habló primero, dijo que quedaba claro que debíamos respaldar a Guaidó, y fue apoyado inmediatamente por Kudlow y Pompeo. Felizmente, Mnuchin estuvo de acuerdo, y dijo que ya habíamos afirmado que Maduro era ilegítimo, así que reconocer a Guaidó era el próximo paso lógico. No analizamos cuáles serían las consecuencias económicas; Mnuchin tampoco vio la relación o no quiso luchar por el tema. En cualquier caso, me convenía. Resuelta la cuestión del reconocimiento, analizamos otros pasos: trabajar con el informal Grupo de Lima de naciones latinoamericanas para que reconocieran a Guaidó (lo cual necesitaba poca o ninguna labor de convencimiento), ajustar el nivel de nuestras advertencias de “avisos sobre viajes”, considerar cómo sacar a los cubanos y manejar a los paramilitares rusos que presuntamente estaban llegando para proteger a Maduro. Valoré que la reunión había sido una victoria total.

Más tarde en la mañana, hablé con Trump, quien ahora quería garantías sobre el acceso a los recursos petrolíferos de Venezuela en una etapa posterior a Maduro, tratando de asegurar que China y Rusia no siguieran beneficiándose de sus negocios con el ilegal régimen de Chávez y Maduro. Trump, como siempre, tenía problemas para distinguir las medidas responsables para proteger los intereses estadounidenses legítimos de lo que equivalía a una vasta ambición que ningún otro gobierno, especialmente uno democrático, llegaría incluso a considerar. Le sugerí a Pence que le planteara la cuestión a Guaidó en la llamada que estaba programada para ese día por la tarde, y Trump estuvo de acuerdo. También llamé a varios miembros de la delegación congresional de La Florida, quienes venían a ver a Trump para tratar el tema de Venezuela por la tarde, de modo que estuvieran listo si se planteaba el tema de los yacimientos petrolíferos. Los senadores Marco Rubio y Rick Scott, y los congresistas Díaz-Balart y Ron DeSantis dieron un contundente apoyo al derrocamiento de Maduro, y Rubio afirmó: “Esta puede ser la última oportunidad”, y que ese éxito pudiera ser “una gran victoria de política exterior”. Durante la reunión, explicaron que la Asamblea Nacional consideraba que muchos negocios rusos y chinos se habían conseguido mediante sobornos y corrupción, lo que los hacía fácil de invalidar una vez que se instalara un nuevo gobierno. La conversación fue muy útil y Trump estuvo inequívocamente de acuerdo en reconocer a Guaidó, lo que Pence, que participó en la reunión, estaba plenamente dispuesto a hacer. Más tarde Trump añadió de manera un tanto inútil “Quiero que diga que será extremadamente a los Estados Unidos y a nadie más”.

Trump todavía quería una opción militar, y planteó la cuestión a los republicanos de La Florida, quieres se quedaron visiblemente perplejos, excepto Rubio quien ya lo había escuchado antes y supo cómo rechazarlo cortésmente. Más tarde, llamé a Shanahan y Dunford para preguntarles cómo pensaban que se debía proseguir. Ninguno de nosotros pensaba que una opción militar fuera aconsejable en este momento. Para mí, este ejercicio era solamente para mantener a Trump interesado en el objetivo de derrocar a Maduro, sin gastar en realidad mucho tiempo en algo sin posibilidades de éxito. El Pentágono hubiera tenido que empezar desde cero, porque en el Gobierno de Obama, el secretario de Estado John Kerrry había anunciado el fin de la Doctrina Monroe, un error que había repercutido en todos los departamentos y agencias de seguridad nacional con efectos predecibles. Ahora bien, eso prueba lo que algunos pensaron que era una broma, cuando Trump comentó más tarde que yo había tenido que retenerlo. Tenía razón respecto de Venezuela. Al final de nuestra llamada, Dunford dijo con amabilidad que agradecía que hubiera tratado de ayudarlo a entender cómo pudiera surgir nuestra participación desde el punto de vista militar. Por supuesto, el trabajo fácil lo tenía yo, y terminé diciéndole “Todo lo que yo tenía que hacer era tomar la decisión”. Ahora Dunford era el que tenía el problema. Se rio y me dijo “Me agarraste. ¡Ya me pongo para eso! Por lo menos todavía le quedaba sentido del humor.

Pence me pidió que lo acompañara a su oficina para la llamada con Guaidó, la cual se realizó sobre las seis y cuarto. Guaidó se mostró muy agradecido del video de apoyo que Pence había distribuido anteriormente por la Internet, y los dos sostuvieron una excelente conversación. Pence expresó una vez más nuestro apoyo, y Guaidó respondió positivamente, aunque de manera muy general, sobre cómo la oposición se comportaría si lograba prevalecer. Dijo que Venezuela estaba muy contenta con el apoyo que los Estados Unidos le brindaban y que trabajarían codo a codo con nosotros, dado los riesgos que estábamos corriendo. Pensé que esto debería satisfacer a Trump. Tras la llamada, me incliné hacia el buró de Pence para estrecharle la mano y decirle: “Este es un momento histórico”. Me sugirió que fuera a la Oficina Oval para informar a Trump, quien se mostró bastante contento con el resultado, esperando con ansias la declaración que realizaría al día siguiente.

Me llamó alrededor de las 9:25 a.m. del día 23 para decir que el proyecto de declaración que se emitiría cuando la Asamblea Nacional invocara formalmente la constitución venezolana para dar el paso contra Maduro era “hermoso”, y añadió: “Casi nunca digo eso”. Le agradecí y le dije que lo mantendría informado. Guaidó se presentó frente a una enorme multitud en Caracas (según nuestra embajada, la mayor en los veinte años de historia del régimen Chávez-Maduro), y fue juramentado como Presidente Interino. La suerte estaba echada. Pence vino a estrecharme las manos y, de inmediato, sacamos la declaración de Trump. Temíamos un despliegue inminente de efectivos, pero no hubo ninguno (aunque algunos informes indicaron que, durante la noche, los colectivos mataron a cuatro personas). La Embajada de Caracas presentó sus credenciales ante el nuevo gobierno de Guaidó, junto con los embajadores del Grupo de Lima, como muestra de apoyo. Alrededor de las seis y media de la tarde informé a Trump acerca de los acontecimientos del día, y parecía mantenerse firme.

Al día siguiente, Padrino, ministro de Defensa, y un grupo de generales sostuvieron una conferencia de prensa para declarar su lealtad a Maduro, que no era lo que queríamos que sucediera, pero que hasta ese momento no se reflejaba en la actividad militar real. La oposición creía que el 80 por ciento o más de la base, así como la mayoría de los oficiales subalternos, cuyas familias soportaban las mismas dificultades que la población venezolana en general, apoyaban al nuevo gobierno. Si bien las cifras porcentuales no se podían confirmar debido al carácter autoritario del régimen de Maduro, Guaidó argumentaba con frecuencia que tenía el apoyo del 90 por ciento de la población venezolana general. Sin embargo, los oficiales de alto rango militar, como los que sostuvieron la conferencia de prensa, probablemente aún estaban demasiado corrompidos por años de dominio chavista como para romper filas. Por otra parte, no se le había ordenado al ejército salir de sus cuarteles para sofocar la rebelión, probablemente por el temor de que no se obedeciera esa orden, lo que sería el fin del régimen. El ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido, Jeremy Hunt, que estaba en ese momento en Washington para asistir a unas reuniones, estuvo encantado de cooperar con las medidas que pudieran tomar, por ejemplo: congelar los depósitos de oro de Venezuela en el Banco de Inglaterra, con el objetivo de que el régimen no pudiera venderlo para seguir adelante. Estas eran el tipo de medidas que estábamos aplicando para ejercer presión económica sobre Maduro. Insté a Pompeo a recabar aún más el apoyo del Departamento de Estado en los esfuerzos contra la compañía petrolera estatal, ya que me preocupaba que Mnuchin no estuviese haciendo nada, lo cual aceptó hacer. Pompeo estaba también preocupado por las señales que indicaban que Maduro pudiera estar alentando a los colectivos a amenazar al personal de la embajada de los Estados Unidos y expresó que a Trump también le preocupaba.

La primera señal inquietante que mostró Trump llegó ese día después de las ocho y media de la noche, cuando, refiriéndose a Venezuela, llamó para decir: “No me gusta lo que estoy escuchando”. Estaba preocupado por la conferencia de prensa de Padrino, donde decía que: “Todo el ejército apoya a Maduro”. Luego añadió: “Siempre dije que Maduro era duro. A este muchacho [Guaidó] nadie lo conoce”. Además, “los rusos han hecho declaraciones brutales”. Calmé a Trump explicándole que el ejército aún estaba en sus cuarteles, algo que era muy importante, y que las figuras militares de alto rango habían estado sosteniendo conversaciones con la oposición por dos días sobre qué ganarían si se retiraban o se pasaban a la oposición. Las acciones aún estaban encaminadas, y mientras más pasara el tiempo, más posibilidad habría de que el ejército se fragmentara; que era lo que realmente necesitábamos. No creo que haya convencido a Trump, pero al menos hice que se callara. Solo Dios sabe con quién él estaba hablando o si estaba poniendo melodramático debido a la incertidumbre sobre los hechos. Estaba seguro de una cosa: cualquier muestra de indecisión por parte de los Estados Unidos socavaría todos los esfuerzos. Sospecho que Trump también sabía esto, pero me sorprendió cómo nuestra política estaba tan cerca de cambiar justo treinta y tantas horas después de ser lanzada. Esto es algo que no se puede inventar.

 A la mañana siguiente, llamé a Pompeo para decirle que Trump estaba indeciso sobre si seguir con Venezuela y para garantizar que Pompeo no estuviera a punto de seguirlo. Afortunadamente, la reacción de Pompeo fue todo lo contrario, y dijo: “Haremos todo lo posible” para sacar a Maduro. Alentado por esto, luego llamé a Claver-Carone para que se comunicara con la gente de Guaidó y que garantizara que estuvieran enviando cartas, lo antes posible, al Fondo Monetario Internacional, al Banco de Pagos Internacionales e instituciones similares, anunciándoles que ellos eran el gobierno legítimo. Pompeo era de la opinión que había un camino a seguir en el tema de la seguridad del personal estadounidense en Caracas que nos permitiría conservar una reducida misión, que era algo que quería mantener. Le expliqué cómo, a veces, el Departamento de Estado se aferraba tanto a las cuestiones de seguridad que llegaba a hacer concesiones en temas políticos, con el argumento de que era necesario para proteger a los funcionarios. En realidad, no estaba discutiendo para pasar por alto el riesgo que corría nuestra gente, pero sí creía que era mejor retirarlos antes de hacer concesiones importantes a gobiernos como el de Maduro.

Un poco después de las nueve de la mañana, llamé a Trump y lo escuché más decidido que la noche anterior. Aún pensaba que la oposición estaba “vencida”, refiriéndose nuevamente a la imagen de Padrino y a “todos los apuestos generales” que declaraban su apoyo a Maduro. Le comenté que la verdadera presión estaba a punto de comenzar ya que habíamos impuesto sanciones sobre el petróleo, quitándole una parte considerable de los ingresos al régimen. “Hazlo”, dijo Trump, que era la clara indicación que necesitaba para abordar al Departamento del Tesoro en caso de que aún mantuviera una actitud obstruccionista. No obstante, en lo que respecta al personal diplomático en Caracas, Trump los quería a todos fuera del país, temiendo las consecuencias negativas que traería si todo saliera mal. Sin embargo, parecía sobre todo desinteresado, lo que se explicó luego el día que anunció un acuerdo parcial que puso fin al cierre del Gobierno, interpretado en todo el panorama político como una total capitulación a su proyecto de muro fronterizo en México. No en balde estaba malhumorado.

Decidí llamar a Mnuchin, que por algún motivo estaba nuevamente en California, y estuvo de acuerdo en que debíamos aplicar las sanciones al petróleo “ahora que habíamos reconocido al nuevo régimen”. Llamé a Pompeo para darle las buenas noticias y me dijo que el Ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela vendría el sábado a Nueva York para asistir al debate del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que habíamos convocado nosotros y otros actores. Ambos pensamos que esta era una oportunidad para que Pompeo se reuniera con él a solas y tuviera una valoración clara de su forma de pensar sin tener escuchando de cerca a sus lacayos; algo parecido a lo que estábamos haciendo con otros venezolanos en las misiones diplomáticas en todo el mundo. Debido a la certeza casi absoluta del veto de Rusia y China, no esperábamos ningún resultado sustancial en el Consejo de Seguridad, pero era un buen foro para generar apoyo a favor de la causa de la oposición. Guaidó apoyó más tarde, pidiendo a Cuba que sacara a su gente de Venezuela y que las enviara a casa.

El sábado 26 de enero, a las nueve de la mañana, se reunió el Consejo de Seguridad y Pompeo arremetió contra el régimen de Maduro. Los miembros de la Unión Europea dijeron que Maduro tenía ocho días para celebrar elecciones o todos reconocerían a Guaidó; un avance considerable sobre lo que pensábamos que era la posición de la Unión Europea. Rusia condenó la reunión como un intento golpe de estado y me acusó personalmente por hacer un llamado a la expropiación de Venezuela al “estilo bolchevique” (¡Que honor!), mostrándonos que estábamos en el camino correcto al emprenderla contra el monopolio petrolero. Fue potencialmente importante escuchar las noticias de que el Agregado Diplomático de Venezuela en Washington había declarado su apoyo a Guaidó. Esta deserción y otras, trajo nuevos defensores de la oposición a quienes, como procedimiento estándar, ahora se les pediría persuadir y recabar el apoyo de tantos oficiales y funcionarios civiles como fuese posible que aún estuviesen en Venezuela.

Desafortunadamente, el Departamento de Estado estaba nervioso por las garantías que quería sacarle a Maduro sobre la seguridad de su personal diplomático. No se trataba de que el gobierno de Venezuela garantizara una protección adecuada, sino de cómo intercambiar “notas diplomáticas”, algo completamente ajeno al contexto político más amplio. El Departamento de Estado, además, había retrasado la notificación a la Reserva Federal de que habíamos reconocido a un nuevo gobierno en Caracas, algo que era impactante. El lunes, la Oficina para Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento Estado estaba en total desacuerdo con las sanciones contra el petróleo, alegando, como yo temía, que al hacerlo pondría en peligro al personal de la embajada. Kim Breier, subsecretaria para los Asuntos del Hemisferio Occidental quería retrasar las sanciones por treinta días, lo que era una soberana tontería. Al principio, no lo tomé en serio. Pero las objeciones de Breier parecían aumentar por día con casi todo lo que hicimos para ejercer presión sobre el régimen de Maduro, habiendo dejado al personal de nuestra embajada en peligro (la mayoría de ellos era parte del personal de seguridad y no “diplomáticos”). Si hubiese sido un poco más escéptico, pudiera haber llegado a la conclusión de que Breier y su oficina estaban en realidad intentando socavar nuestra política básica. Pompeo me llamó el sábado en la tarde, sin tener la seguridad de qué hacer con la resistencia que ofrecía la burocracia. Lo convencí de que la Oficina para Asuntos del Hemisferio Occidental solo estaba ganando tiempo; cualquier retraso en las acciones que pudiese otorgarles, solo sentaría las bases para la próxima solicitud de retraso. Finalmente, estuvo de acuerdo en “implementar las sanciones mañana”; y así lo hizo. Sin embargo, la rebelión de la oficina no era una buena señal. ¿Quién sabe lo que la burocracia le estuviese diciendo a otros gobiernos, a los tanques pensantes del fuerte movimiento de izquierda de América Latina / la presencia del lobby en Washington, y a los medios? Mnuchin y yo hablamos varias veces el lunes. Él se había pasado todo el fin de semana hablado con ejecutivos de las empresas petroleras y las sanciones en realidad serían mucho más agresivas de lo que había anticipado, lo cual eran buenas noticias. Las predicciones sobre la imposibilidad de actuar contra la compañía petrolera estatal debido a los efectos negativos sobre las refinerías de las Costas del Golfo resultaron ser exageradas; habiendo previsto por años la posibilidad de sanciones sobre el petróleo, estas refinerías estaban “bien posicionadas”, como diría Mnuchin, para buscar otras fuentes de petróleo; las importaciones desde Venezuela ya sumaban menos del 10 por ciento de su trabajo total.

En la tarde, estábamos a punto de revelar las sanciones en la sala de prensa de la Casa Blanca, cuando se me pidió que fuese a la Oficina Oval. Trump estaba muy contento con el seguimiento que le había dado la prensa “al tema de Venezuela”. Me preguntó si debíamos enviar cinco mil efectivos a Colombia en caso de necesitarlas, de lo que tomé debida nota en mi cuaderno amarillo, argumentando que lo consultaría con el Pentágono. “Ve a divertirte con la prensa”, me dijo Trump, y eso fue lo que hicimos, cuando mis notas fueron captadas por las cámaras, y se suscitaron interminables especulaciones. (Pocas semanas después, Carlos Trujillo, ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, me trajo un paquete de cuadernos igual al que tenía en la sala de prensa, para que no se me acabaran.)

Fundamentalmente, pensábamos que las sanciones contra el petróleo eran un duro golpe al régimen de Maduro, y muchos estuvieron de acuerdo que ahora era solo cuestión de tiempo para que cayera. Tenía un optimismo muy alto, alimentado en gran parte debido a que creía que personas leales a Maduro como Diosdado Cabello y otros, estaban enviando sus activos financieros y familiares al exterior en busca de seguridad; apenas un voto de confianza en el régimen.

El 30 de enero, mi oficina estaba repleta de personas, incluida Sarah Sanders, Bill Shine y Mercedes Schlapp, para escuchar la llamada que realizaría Trump a Guaidó alrededor de las nueve la de mañana. Trump le deseo buena suerte en la gran manifestación anti Maduro organizada en la tarde de ese día, que Trump declaró como histórica. Trump luego le aseguró a Guaidó que él derrocaría a Maduro, y añadió, además, que estaba seguro de que Guaidó recordaría en el futuro lo que había sucedido, lo que era la manera que Trump tenía de mostrarle su interés en los yacimientos petrolíferos de Venezuela. Era un gran momento en la historia del mundo, dijo Trump. Guaidó agradeció a Trump por sus llamados a la democracia y por su firme liderazgo, lo que me hizo sonreír. ¿Firme? Si supiera. Trump le dijo a Guaidó que podía sentirse en libertad de decirle a las masas en la tarde sobre su llamada, y que esperaba con interés conocerlo personalmente. Guaidó respondió que sería muy, pero muy emocionante para el pueblo escuchar que él había hablado con Trump en el momento que estaban luchando contra la dictadura. Trump le dijo que había sido un honor conversar con él, y luego terminó la llamada. Sin dudas fue un impulso para Guaidó anunciar que había hablado con Trump, que por supuesto era nuestra intensión. Guaidó publicó un tweet sobre la llamada incluso antes que Trump, y la cobertura de la prensa fue favorable de forma uniforme.

A la una y treinta de la tarde me reuní con ejecutivos estadounidenses de Citgo Petroleum Corporation, de participación mayoritaria en la compañía petrolera estatal de Venezuela, para decirles que apoyábamos sus esfuerzos y los de la oposición venezolana, en mantener el control de las refinerías y estaciones de servicio en los Estados Unidos, protegiéndolos, de ese modo, de los esfuerzos de Maduro por obtener el control. (Como le expliqué a ellos y a otros, Guaidó había solicitado asesoría y se la estábamos brindando en sus esfuerzos por nominar a personas como parte de las diferentes juntas directivas de la compañía petrolera que, en última instancia, mediante sus filiales, eran dueños de Citgo.) Referí a los ejecutivos a Wilbur Ross, a quien conocieron al día siguiente, para asesorarse de cómo evitar los efectos del gravamen impuesto por el gobierno ruso sobre las acciones de la compañía petrolera de Venezuela que pudiera llevar a la pérdida de control sobre los activos estadounidenses, algo en lo que estaban muy interesados. (Desde Moscú conocimos que Putin presuntamente estaba muy preocupado por los aproximadamente 18 mil millones de dólares que Venezuela le debía a Moscú; el estimado de los adeudos reales variaba constantemente, pero todos eran sustanciales.) Ese día, temprano en la mañana, los ejecutivos estadounidenses me dijeron que los venezolanos leales a Maduro, habiendo intentado sin éxito desviar los activos antes de irse, habían salido de los Estados Unidos en una de las aeronaves corporativas de Citgo, con destino a Caracas. Estaba seguro que sucederían más cosas como estas en días venideros.

Incluso Lukoil, la gran compañía rusa, anunció que suspendía las operaciones con el monopolio petrolífero venezolano, lo que reflejaba al menos el deseo de Rusia de cubrir sus apuestas. Pocos días después, PetroChina, la gran compañía China, anunció que renunciaba a su monopolio petrolífero por una sociedad con un proyecto de refinería chino, y por ende mostraba una gran inquietud. Posteriormente, Gazprombank, la tercera entidad crediticia más grande en Rusia, estrechamente vinculada con Putin y el Kremlin, congeló sus cuentas para no entrar en conflicto con nuestras sanciones. Pensamos que Guaidó y la oposición aprovecharían la oportunidad para hablar con los diplomáticos rusos y chinos y empresarios de esas naciones, recordándoles que sería conveniente para ellos no tomar partido en el diferendo entre venezolanos. Dentro del gobierno de los Estados Unidos, también estábamos planificando lo que sucedería “al día siguiente” en Venezuela y considerando qué habría que hacer para levantar nuevamente la economía, terriblemente desordenada luego de dos décadas de mala gestión económica (de la que incluso Putin no tenía una buena opinión). Reflexionamos mucho en cómo poder ayudar a un nuevo gobierno a enfrentar tanto las necesidades inmediatas del pueblo como su necesidad de largo plazo de reparar la destrucción sistemática de la que una vez había sido una de las economías más fuertes de América Latina.

Aumentaba cada vez más la cantidad de diplomáticos que reconocían a Guaidó y esperábamos que esto les demostrara incluso a las personas leales a Maduro que sus días estaban contados, y además ofrecía una póliza de seguro contra el arresto de Guaidó y otros líderes de la oposición. Esto no era una hipótesis. La policía secreta de Maduro había irrumpido en la casa de Guaidó y había amenazado a su esposa e hija pequeña. No fueron lastimadas, pero la señal era clara. Era muy parecida a una operación dirigida por Cuba, resaltando nuevamente que la presencia foránea en Venezuela, tanto cubana como rusa, era de vital importancia para mantener a Maduro en el poder. Las protestas continuaron en todo el país, y no se dejaron intimidar por la posibilidad de la caída del poder de Maduro. Los contactos con los altos mandos militares continuaron para coordinar los términos en virtud de los cuales podrían pasarse a las filas de Guaidó, así como con antiguos miembros del gabinete chavista, líderes sindicales, y otros sectores de la sociedad venezolana para forjar alianzas. Pensábamos que era el momento de la oposición, pero ellos tenían que acelerar el paso.

En Venezuela se estaba ideando un plan, que prometía resultados alentadores, para traer suministros humanitarios a través de las fronteras de Colombia y Brasil y distribuirlos en toda Venezuela. Hasta este momento, Maduro había cerrado de forma efectiva las fronteras, que había sido posible gracias al terreno difícil, las junglas y los bosques espesos que hacían el cruce casi imposible, excepto a través de los bien conocidos y establecidos puntos de control. El proyecto de ayuda humanitaria demostraría la preocupación que tenía Guaidó por el pueblo venezolano y demostraría, además, que estaban abiertas las fronteras internacionales, reflejando la creciente falta de control de Maduro. Existía también la esperanza de que importantes mandos militares no seguirían las ordenes de cerrar las fronteras, pero eso, incluso si lo hacían, Maduro estaría en la imposible posición de negar la entrada de suministros sanitarios a su empobrecida nación. Maduro estaba tan preocupado con esta estrategia que nuevamente me criticó directamente, diciendo: “Tengo pruebas de que el intento de asesinato fue ordenado por John Bolton en la Casa Blanca”. Lo secundó su ministro de Relaciones Exteriores Arreaza, quejándose: “¡Lo que él intenta hacer es darnos ordenes!”. Ahora Cuba también me atacaba directamente, así que mis ánimos estaban elevados.

Iván Duque, presidente de Columbia, visitó a Trump en la Casa Blanca el 13 de febrero y las conversaciones se centraron en Venezuela. Trump les preguntó a los colombianos si debería haber hablado con Maduro seis meses atrás, y Duque dijo rotundamente que eso hubiese sido una gran victoria para Maduro, y sugirió que conversar con él ahora sería un error aún mayor. Trump le dijo que estaba de acuerdo, lo que fue un gran alivio para mí. Luego preguntó cómo estaban los esfuerzos en general y si la balanza se inclinaba hacia Maduro o hacia Guaidó. En este momento, Francisco Santos, embajador colombiano, resultó muy efectivo, al decir que incluso dos meses atrás, él hubiera dicho que Maduro tenía una mayor ventaja, pero ya no creía que fuera así, y explicó el por qué. Trump evidentemente tomó nota de esto.

A pesar de ello, me preocupaba que nuestro propio gobierno no mostrara un verdadero sentido de urgencia. Existía, en todo el gobierno, una mentalidad obstruccionista “no inventada aquí”, sin duda alguna en parte debido a que, durante los ocho años de Obama, los regímenes de Venezuela, Cuba y Nicaragua no eran vistos como adversarios de los Estados Unidos. Se le prestaba poca o ninguna atención a lo que los Estados Unidos debía hacer si, de forma inconveniente, los pueblos de estos países decidían que querían dirigir sus propios gobiernos. Incluso más importante, desde mi punto de vista, era que la creciente influencia de Rusia, China, Irán y Cuba en todo el hemisferio no había sido una prioridad. De hecho, por consiguiente, el Gobierno de Trump enfrentó la avalancha de cuentas pendientes en América Latina sin preparación alguna sobre cómo gestionarlas.

La oposición mejoró su pensamiento sobre cómo “forzar” la ayuda humanitaria hacia Venezuela desde Colombia y Brasil, y declaró que el sábado 23 de enero sería el día previsto. El sábado anterior, en Caracas, seiscientas mil personas se habían apuntado para ofrecer ayuda. Luego de muchas coordinaciones entre la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional y el Pentágono, ahora aterrizaban aeronaves de carga C-17 en Cúcuta, una de los principales puntos fronterizos de Colombia, y descargaban ayuda humanitaria para llevarlas a través de los puentes que conectan a las dos naciones. En Venezuela continuaba el movimiento en apoyo a la oposición. El Obispo Católico de San Cristóbal, que era además vicepresidente de la Conferencia de Obispos Católicos del país, habló públicamente, refiriéndose expresamente a la transición en que Maduro perdería el poder. Habíamos esperado que la iglesia jugase un papel más activo, y ahora estaba sucediendo. En la medida en que se acercaba el 23 de febrero, se intensificaron los rumores acerca de que un líder militar de alto rango, posiblemente el jefe del Ejército Venezolano, Jesús Suárez Chourio, anunciaría en público que ya no respaldaba a Maduro. Antes se habían suscitado rumores parecidos, pero el plan humanitario transfronterizo era el factor clave del por qué ahora esto podía ser cierto. Al mismo tiempo, el senador Marco Rubio nombró expresamente a Suárez Chourio, junto al ministro de Defensa, Padrino, y a otros cuatro, como figuras militares clave que podrían recibir la amnistía si desertaban hacia la oposición. Existía además la sensación de que con deserciones de tal magnitud habría un gran número de efectivos que los seguirían, y que las unidades del ejército aparentemente en dirección a la frontera, luego regresarían a Caracas para rodear el Palacio de Miraflores, la Casa Blanca de Venezuela. No obstante, esta predicción optimista no se hizo realidad.

Nosotros estábamos aportando nuestro granito de arena, con un discurso de Trump en la Universidad Internacional de la Florida en Miami el 18 de febrero, que bien pudiera haber sido un mitin electoral; así de entusiasta estaba la multitud. El plan para el día veintitrés ya estaba en marcha, cuando el presidente de Colombia, Duque, anunció que en Cúcuta también se le unirían los presidentes de Panamá, Chile y Paraguay y el Secretario General de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro. Esto demostraría de forma convincente que la revolución venezolana difícilmente se hubiese “hecho en Washington”. En las fronteras aumentaron los suministros humanitarios y había evidencia de que las fuerzas de seguridad de Maduro habían intensificado su hostigamiento a las organizaciones no gubernamentales dentro del país. El miércoles, Guaidó salió de Caracas de forma clandestina, dirigiéndose a la frontera de Colombia, donde, como se había planificado desde un primer momento, esperaría en la parte venezolana mientras la ayuda humanitaria cruzaba el Puente Internacional Las Tienditas desde Colombia. Sin embargo, escuchamos que en realidad Guaidó tenía pensado cruzar hasta Colombia para participar en un concierto auspiciado por Richard Branson en Cúcuta, el viernes en la noche, para apoyar la ayuda a Venezuela, y luego encabezar la ayuda de vuelta hacia la frontera el próximo día, haciendo frente directamente a la confrontación con las fuerzas de Maduro, si llegaba alguna.

Esto no era una buena idea, por diferentes motivos. Era muy dramático, pero a la vez peligroso, no solo en lo que respecta a la integridad física, sino más importante, políticamente. Una vez cruzada la frontera y fuera de Venezuela, seguramente a Guaidó le sería más difícil regresar. ¿Qué sucedería con su capacidad para dirigir y controlar la política de la oposición si fuese aislado fuera del país, sujeto a la propaganda de Maduro diciendo que había huido por miedo? No teníamos manera de predecir lo que sucedería el sábado. La balanza podría inclinarse de un extremo a otro: las cosas podrían salir bien, con la frontera abierta en la práctica, lo que pondría en entredicho directamente la autoridad de Maduro, o podría haber violencia y derramamiento de sangre en los puntos fronterizos, con el posible arresto de Guaidó o peor. Yo pensaba que el plan para intentar cruzar la ayuda humanitaria por la frontera estaba bien concebido y era totalmente realizable. Sin embargo, planes más ambiciosos no habían sido bien pesados y fácilmente podían haber terminado en problemas.

En medio de todo esto, con la inminente Cubre de Trump y Kim Jong Un en Hanói, interrumpí mi itinerario planificado para Asia, cancelé reuniones en Corea para así quedarme en Washington hasta el domingo y ver lo que sucedía en Venezuela. Si bien la atención de los medios se centraba en la frontera de Colombia y Venezuela, sobre todo en Cúcuta, también había acontecimientos significativos en la parte de Brasil. Los Pemones, pueblo indígena dentro de Venezuela que detestaba a Maduro, estaban luchando contra las fuerzas de la Guardia Nacional del gobierno. Se reportaban bajas en ambos lados y los Pemones, según se dice, habían capturado veintisiete guardias, incluido un General, y habían quemado el puesto de control de un aeropuerto. Para el viernes, los Pemones habían tomado el control además de varias carreteras que conducían a Venezuela.

El viernes en la tarde, Guaidó presuntamente cruzó hacia Colombia en un helicóptero, con la ayuda de simpatizantes del ejército venezolano. Se esperaba que estas tropas ayudaran también a trasladar la ayuda humanitaria a través de los puntos fronterizos el sábado. Estaba decepcionado, pero al menos habíamos escuchado que esa noche el concierto de Richard Branson estuvo más concurrido que el concierto rival organizado por Maduro dentro de Venezuela, lo que supongo fue una especie de victoria. La vicepresidenta de Maduro, Delcy Rodríguez, anunció que todos los puntos fronterizos estarían cerrados el sábado, pero teníamos información contradictoria sobre qué estaría cerrado exactamente y qué aún estaría abierto.

El sábado por la mañana, una gran multitud de personas comenzó a reunirse en la frontera colombiana, con la policía anti motines de Táchira desplegada en la frontera venezolana. En la frontera con Brasil se mantenía un bajo nivel de violencia en la medida en que las personas se concentraban allí también. Durante semanas, se había estado acumulando ayuda humanitaria en varios puntos de control a lo largo de ambas fronteras y se esperaba que caravanas adicionales fuesen llegando a los puntos de control durante todo el día, escoltadas por voluntarios de Colombia o Brasil y que fueran recibidas del otro lado por voluntarios venezolanos. Al menos ese era el plan. Los incidentes de lanzamientos de piedras, confrontaciones con la Guardia Nacional venezolana y el retiro y reposicionamiento de barricadas fueron aumentando durante el día, a medida que se acercaba la hora del cruce. Varios oficiales subalternos del ejército y la marina desertaron y también hubo reportes de que miembros de la Guardia Nacional apostados en la frontera también estaban desertando.

Guaidó llegó al Puente Internacional Tienditas sobre las 9:00 a.m., dispuesto a cruzarlo. Hubo reportes durante todo el día de que estaba a punto de cruzar el puente, pero eso no sucedió, sin que diera una explicación plausible. De hecho, la operación simplemente fracasó, salvo en algunos lugares donde los voluntarios trataron de pasar la ayuda y lo lograron, como es el caso de la frontera con Brasil, no así en la frontera con Colombia. Los Pemones seguían siendo los más agresivos; habían tomado el aeropuerto más grande de Brasil y capturado más soldados de la Guardia Nacional. Sin embargo, el nivel de violencia entre los colectivos y algunas unidades de la Guardia Nacional para evitar el cruce de la frontera aumentó, no así el nivel de ayuda que logró cruzar. En las ciudades de Venezuela se producían grandes manifestaciones —planificadas para que coincidieran con la ayuda humanitaria que se introducía en el país— incluso en la base militar La Carlota de Caracas, donde los manifestantes trataban de convencer a los soldados de que desertaran, sin éxito alguno.

Mi opinión, a finales del sábado, era que la oposición había hecho muy poco para ayudar a la causa. Me desilusionaba el hecho de que el ejército no hubiese respondido con más deserciones, especialmente entre los oficiales de más alto rango. Me sorprendió igualmente que Guaidó y Colombia no hubiesen puesto en práctica planes alternativos cuando los colectivos y otras fuerzas evitaron que los cargamentos con ayuda humanitaria entrasen, quemando los camiones que se encontraban en el puente. Las acciones parecían incoherentes y desconectadas y realmente no podía determinar si se debía a la falta de planificación previa o a que le habían fallado los nervios. Si las cosas no se arreglaban en los próximos días y Guaidó no regresaba a Caracas, entonces sí me empezaría a preocupar.

Escuchamos que, en opinión de los venezolanos, el sábado había sido una victoria para Guaidó, lo cual me parecía una opinión demasiado optimista. Mucho después supimos que se especulaba que los colombianos se habían echado atrás, temiendo que un enfrentamiento militar en la frontera los obligaría a intervenir y, después de tantos años combatiendo la contrainsurgencia y el narcotráfico en Colombia, sus tropas no estaban preparadas para un conflicto convencional con las fuerzas armadas de Maduro. ¿Acaso nadie se había dado cuenta de eso hasta el sábado? Al mediodía ya Guaidó estaba en Bogotá, preparándose para la reunión del Grupo de Lima del lunes. De entrada, seguía sin gustarme la idea de que Guaidó cruzase la frontera y mucho menos que se quedara en Bogotá varios días, lo cual Maduró aprovechó con fines propagandísticos para decir que Guaidó estaba solicitando ayuda al tradicional adversario de Venezuela.

Hablé con Pence, quien se dirigía hacia Bogotá para representar a los Estados Unidos en el Grupo de Lima y subrayé la necesidad de persuadir a Guaidó para que regresase a Caracas. Un elemento clave del éxito de la oposición hasta ese momento había sido su cohesión, a diferencia del pasado en que siempre se había mostrado dividida. Cada día que Guaidó pasara fuera del país, aumentaba el riesgo de que Maduro encontrase una manera de volver a dividir a la oposición. Pence estuvo de acuerdo y dijo que se reuniría con Guaidó en una reunión trilateral con Duque. También le pedí a Pence que presionase para que se impusieran más sanciones al régimen de Maduro, con el fin de demostrar que tenía que pagar un precio por haber bloqueado la entrada de la ayuda humanitaria. En el mitin de Miami, Trump había dicho que los generales venezolanos tenían que tomar una decisión y Pence podría decir que esto reforzaba lo planteado por Trump.

El domingo por la tarde informé a Trump sobre los últimos acontecimientos, pero parecía despreocupado, lo cual me sorprendió. Estaba impresionado con el número de deserciones del ejército, que en pocos días había ascendido a quinientas. Sospeché que su cabeza estaba en lo de Corea del Norte y la Cumbre de Hanoi. Casi al final de la llamada me dijo, “Está bien, socio”, señal de que estaba complacido con lo que había escuchado. Mientras volaba hacia Hanoi, volví a hablar con Pence, que ya se encontraba de regreso en Washington tras haber pronunciado su firme discurso en Bogotá ante el Grupo de Lima y quien me dijo que había un gran espíritu en la reunión, lo cual resultaba alentador. Guaidó lo había impresionado: “Muy genuino, muy inteligente y pronunció un discurso muy fuerte frente al Grupo de Lima”. Le pedí a Pence que le hiciera saber su opinión a Trump.

Mientras estuvimos en Hanoi, Venezuela desapareció de la pantalla del radar, pero cuando regresé de Vietnam el 1 de marzo, volvió a ocupar el centro de mi atención. Guaidó, que ahora estaba haciendo un recorrido por América Latina, estaba al menos considerando seriamente regresar a Venezuela, ya fuera por tierra o volando directamente a Caracas. Mantuve a Trump informado, quien el domingo 3 de marzo me dijo: “Él [Guaidó] no tiene lo que hace falta… Apártate un poco, no te involucres mucho”, que era como decir “no te comprometas mucho”. En todo caso, al día siguiente Guaidó aprovechó la oportunidad, pese a los riesgos, y regresó a Venezuela por avión esa mañana. Esto demostraba el valor que había mostrado anteriormente y resultó de gran alivio para mí. Las imágenes en vivo reproducidas por Internet durante todo el día, mostraban el histriónico regreso de Guaidó a Caracas, lo que se consideró un triunfo. Un inspector de inmigración le dijo: “¡Bienvenido a casa, señor Presidente!” Una multitud le vitoreó durante todo el trayecto desde el aeropuerto hasta su estado natal, sin que se viese al ejército por ninguna parte ni que la policía tratase de arrestarle.

Animado por el exitoso regreso de Guaidó, me dispuse a hacer todo lo que estuviese en nuestras manos para aumentar la presión sobre Maduro, empezando por la imposición de sanciones a todo el gobierno y aplicando más medidas contra el sector bancario, cosa que debíamos haber hecho en enero y que finalmente aplicamos. En una reunión del Comité de Directores para discutir nuestros planes, Mnuchin se mostró reacio, pero fue convencido por los demás, especialmente por Perry, quien de forma muy educada le explicó cómo funcionaban realmente los mercados del petróleo y el gas internacionalmente, Kudlow y Ross que rebatieron su análisis económico, e incluso Kirstjen Nielsen que pedía sanciones más severas. Pompeo se mantuvo callado. Volví a decir que en Venezuela solo teníamos dos opciones: ganar o perder. Empleando una analogía con la crisis del Canal de Suez en 1956, dije que teníamos agarrado a Maduro por el cuello y teníamos que apretarlo, lo que hizo que Mnuchin se mostrase visiblemente sobresaltado. A Mnuchin le preocupaba que las medidas contra el sistema bancario afectaran a Visa y MasterCard, las que quería mantener vivas para “el día después”. Le dije, como también lo hicieron Perry y Kudlow, que no habría ningún “día después” a menos que aumentáramos la presión dramáticamente y, mientras más pronto, mejor. Este no era un ejercicio académico. En cuanto a la preocupación de Mnuchin respecto al daño que podríamos ocasionar al pueblo venezolano, señalé que Maduro ya había matado a más de cuarenta personas durante esta ronda de actividades de la oposición y cientos de miles arriesgaban sus vidas cada vez que salían a la calle a protestar. ¡Esas personas no estaban pensando en Visa ni en MasterCard! Los pobres no tenían Visa ni MasterCard y ya estaban sufriendo las consecuencias del colapso de la economía venezolana. ¡No podía creerlo, había una revolución andando y a Mnuchin lo que le preocupaba eran las tarjetas de crédito!

Al finalizar el día 7 de marzo, recibimos noticias sobre los apagones masivos que se estaban produciendo en toda Venezuela, exacerbados por las pésimas condiciones en las que se encontraba la red eléctrica del país. Lo primero que pensé fue que a Guaidó o a alguna otra persona se le había ocurrido asumir las riendas del asunto. Sea cual fuere la causa o la extensión o duración del apagón, este tenía que golpear a Maduro, pues era un ejemplo del desastre general que representaba el régimen para el pueblo. La información sobre los efectos del apagón llegaba lentamente, porque casi todos los medios de telecomunicación nacionales se habían quedado sin electricidad. Las noticias que nos llegaban con el pasar de los días, confirmaban la devastación. Casi todo el país estaba sin electricidad, el aeropuerto de Caracas estaba cerrado, los servicios de seguridad no se veían por ninguna parte, llegaban reportes de que se estaban produciendo saqueos y los cacerolazos comenzaron de nuevo, mostrando el significativo descontento popular contra el régimen. ¿Cuán terrible era el daño? Supimos, unos meses después, que una delegación extranjera que había visitado el país concluyó que la infraestructura del país para generar electricidad “no tenía reparación”. El régimen trató de culpar a los Estados Unidos, pero la mayoría de las personas comprendieron que, al igual que la desintegración de la industria petrolera de Venezuela, la red de electricidad nacional también se había deteriorado tras dos décadas de dominación Chavista, porque el gobierno no había realizado los mantenimientos ni la inversión de capitales necesarios. Y, ¿a dónde había ido a parar el dinero necesario para la compañía petrolera estatal y la red eléctrica? A las manos del régimen totalmente corrupto. Si esto no era causa para provocar un levantamiento popular, resultaba difícil saber qué lo provocaría. Continuamos aumentando la presión con la formulación de cargos por el Departamento de Justicia contra dos capos venezolanos del narcotráfico (ambos antiguos funcionarios del régimen) y con la expulsión de los representantes de Maduro, ampliamente apoyada por la mayoría de los miembros del Banco Interamericano.

Los esfuerzos del régimen por recuperar la red fallaron, al explotar algunas subestaciones cuando se trató de energizar nuevamente la red, reflejo de los muchos años de falta de mantenimiento y la obsolescencia de los equipos. La pérdida de las telecomunicaciones también obstaculizaba la coordinación de las actividades a nivel nacional, incluidas ciudades claves como Maracaibo. Guaidó continuó con sus manifestaciones, que todavía atraían a una multitud considerable, asegurándole a la gente que la oposición seguía adelante. La Asamblea Nacional declaró el “estado de alerta” por los apagones y, si bien no tenía autoridad para hacerlo, al menos le demostraba al pueblo que se estaban ocupando del asunto, en contraste con la práctica desaparición de Maduro, otra señal de la desorganización que reinaba en el régimen. Guaidó mantuvo sus contactos con funcionarios del gobierno, buscando fisuras en la dirección que permitieran socavar la autoridad de Maduro.

Desafortunadamente, la desorganización también reinaba en el gobierno estadounidense, particularmente en el Departamento de Estado. Unido a la reticencia del Tesoro, cada nuevo paso en nuestra campaña de presión contra el régimen de Maduro requería de mucho más tiempo y esfuerzos burocráticos del que cualquier persona pudiese justificar. El Tesoro trataba cada nueva decisión sobre las sanciones como si estuviese dirimiendo un caso penal en un tribunal, donde hay que probar la culpabilidad más allá de cualquier duda razonable. Así no es cómo funcionan las sanciones. De lo que se trata es de utilizar el inmenso poderío económico de los Estados Unidos en beneficio de nuestros intereses nacionales. Las sanciones resultan muy efectivas cuando se aplican de forma masiva, rápida y decidida y se hacen cumplir con todo el poder disponible. Esto para nada se parece a la forma en que enfocamos las sanciones contra Venezuela (o la mayoría de las sanciones impuestas en el gobierno de Trump). Por el contrario, hasta las decisiones relativamente menos importantes exigían esfuerzos estajanovistas por parte del personal del NSC y de los que los apoyaban en otras agencias, proporcionando a Maduro un margen de seguridad. Obviamente, el régimen no estaba cruzado de brazos, más bien tomaba constantemente medidas para evadir las sanciones y mitigar las consecuencias de aquellas de las que no se podía librar. Nuestra lentitud y falta de agilidad eran una bendición para Maduro y su régimen, así como para sus partidarios cubanos y rusos. Los inescrupulosos comerciantes y financieros internacionales aprovecharon cada vacío de nuestra campaña de presión, lo que resultaba un doloroso panorama.

Tal vez la decisión más dolorosa se tomó el 11 de marzo, cuando Pompeo decidió cerrar la embajada en Caracas y retirar a todo el personal estadounidense. Sin dudas, esto representaba un riesgo para el personal que quedó en la Embajada, pues la brutalidad de los colectivos era innegable. Pompeo había cultivado gran parte de su reputación política criticando, de manera justificada, los errores cometidos por el gobierno de Obama durante la crisis de Bengasi en septiembre de 2012. Al igual que en la anterior reducción del personal en la embajada de Bagdad y el cierre del consulado en Basora, Pompeo estaba decidido a evitar “otro Bengasi” durante su mandato. Trump se mostraba mucho más susceptible y a la simple indicación de riesgo por parte de Pompeo, decidió de inmediato retirar el personal, lo cual Pompeo se dispuso a cumplir con presteza.

Contemplando lo sucedido en retrospectiva, la visión siempre es de 20/20, pero el cierre de la embajada en Caracas demostró ser dañino para nuestras acciones contra Maduro. La mayoría de las embajadas europeas y latinoamericanas se mantuvieron abiertas y sin incidentes, sin embargo, nuestra presencia en el país evidentemente se vio reducida. Debido a la relajada actitud de Obama hacia los regímenes autoritarios y las amenazas chinas y rusas en el hemisferio, nuestros ojos y oídos ya se habían reducido sustancialmente. Para empeorar las cosas, el Departamento de Estado no supo manejar las cosas tras el cierre, al no enviar a Jimmy Story, nuestro encargado de negocios en Venezuela y al menos algunos de los miembros de su equipo, de inmediato a Colombia, donde podían trabajar con la Embajada en Bogotá para continuar su labor al otro lado de la frontera. En su lugar, el Buró para el Hemisferio Occidental mantuvo el equipo en Washington para tenerlo más controlado, lo que para nada ayudaba en nuestros esfuerzos para derrocar a Maduro.

Una noticia más positiva fue que según indicaban las negociaciones de la oposición con figuras claves del régimen, las fisuras que buscábamos lograr comenzaban a emerger. Superar tantos años de desconfianza no era fácil, pero tratamos de demostrar a los posibles desertores que tanto la oposición como Washington iban en serio con lo de la amnistía y el no procesamiento penal de los antiguos infractores. Esto era puro pragmatismo político. Muchas de las principales figuras del régimen eran corruptas, se beneficiaban del tráfico de drogas, por ejemplo, y su historial en materia de derechos humanos dejaba mucho que desear. Estaba convencido, sin embargo, de que era mejor tragarse unos cuantos escrúpulos con tal de derrocar al régimen y liberar al pueblo venezolano, que respetar unos “principios” que mantenían a ese mismo pueblo en la opresión y permitía la influencia de Cuba y Rusia. Esa es la razón por la cual, para confundir al régimen, escribí un tweet para desearle a Maduro un largo y tranquilo retiro en una buena playa en alguna parte (como Cuba). No me entusiasmaba esa idea, pero era mucho mejor a que se mantuviese en el poder. A juicio de la oposición, también enfrentábamos el problema de la estricta vigilancia (probablemente por agentes cubanos) a la que estaban sometidos los principales funcionarios del régimen, lo cual evidentemente resultaba intimidante y dificultaba mucho más la comunicación segura entre los posibles conspiradores golpistas.

Una estratagema que estuvimos considerando para enviar señales a las principales figuras del régimen era la de retirar de la lista de sancionados a las esposas y familiares, una práctica muy común en la política estadounidense para enviar señales e influenciar el comportamiento de algunos individuos o entidades seleccionadas. Tales acciones probablemente no recibirían mucha atención y serían un fuerte mensaje a los funcionarios del régimen de que estábamos dispuestos a allanarles el camino para que se marchasen definitivamente de Venezuela o se unieran a la oposición como coconspiradores y no como prisioneros. A su vez, si cooperaban para facilitar el derrocamiento de Maduro, serían retirados del listado de sancionados. A mediados de marzo, el asunto llegó a un punto crítico, cuando el Tesoro se negó rotundamente a retirar de la lista a ciertos individuos, pese al apoyo unánime de las demás partes interesadas. Pompeo llamó a Mnuchin —de nuevo lo cogió en Los Ángeles— y le dijo que cumpliera con la función administrativa del Tesoro y dejase de cuestionar a su departamento. Así y todo, el Tesoro persistió en su posición, haciendo preguntas sobre las negociaciones de la oposición con figuras del régimen de Maduro, cuestionando al Departamento de Estado sobre si retirar a esos individuos del listado produciría los efectos deseado. Esto ya era intolerable y nos sugería la necesidad de trasladar la operación de las sanciones del Tesoro a otro organismo. Finalmente, Mnuchin contestó que aceptaría la orientación del Departamento de Estado si yo le enviaba una nota diciendo que para mí eso era aceptable. Esto no era más que una forma de “cubrirse las espaldas”, pero yo no tenía ningún problema en mandar una breve nota a Pompeo, Mnuchin y Barr exponiendo mi opinión de que el Tesoro no tenía facultades para ejercer su propia política exterior. Tiempo después, me alegró el que Elliot Abrams, un viejo amigo que había entrado al Departamento de Estado como “enviado especial” más, me enviase un correo electrónico en el que decía: “Tu carta es un clásico. ¡Debería estudiarse en las escuelas para funcionarios del gobierno!” Tristemente, el tiempo y esfuerzo que se perdieron aquí, pudieron haberse empleado en promover los intereses de los Estados Unidos.

Simultáneamente, también estábamos apretándole las tuercas a La Habana. El Departamento de Estado revocó la absurda conclusión de Obama de que el beisbol cubano era independiente del gobierno, lo que a su vez permitió que el Tesoro revocara la licencia que le permitía al Beisbol de Grandes Ligas comerciar peloteros cubanos. Esta acción no nos granjeó el cariño de los dueños, pero se equivocaban de a cuajo si no comprendían que la participación de peloteros cubanos en el beisbol profesional significaba acostarse con el enemigo. Mucho mejor aún fue el hecho de que las perennes exenciones presidenciales respecto de disposiciones claves de la Ley Helms-Burton tocaban a su fin. De conformidad con la Ley Helms-Burton, los dueños de propiedades cuyos activos habían sido expropiados por el gobierno de Castro y vendidos a terceros, podían entablar un juicio en los tribunales estadounidenses, ya sea para recuperar dicha propiedad o recibir una compensación por parte de los nuevos dueños. Sin embargo, esas disposiciones nunca se implementaron. Ahora sí se implementarían. Consecuente con sus amenazas públicas de implantar “un embargo total y completo” sobre Cuba debido a los cargamentos de petróleo entre Venezuela y Cuba, Trump solicitó repetidas veces al Departamento de Defensa que le presentase opciones concretas para detener dichos cargamentos, incluida la opción de la prohibición. Si bien utilizar la fuerza militar dentro de Venezuela era una opción fallida, utilizar la fuerza para cortar el suministro de petróleo a Cuba hubiera sido dramático. El Pentágono no hizo nada.

¿Qué grado de influencia tenía Cuba en Venezuela? Hasta el The New York Times entendía el problema, como se deduce del artículo que publicó el 17 de marzo en el que contaba cómo la “asistencia médica” cubana se utilizaba para sostener el apoyo de los venezolanos pobres a Maduro y se les negaba a aquellos que no estaban dispuestos a cumplir las órdenes de Maduro. El artículo mostraba el grado de penetración de Cuba en el régimen de Maduro y lo mal que estaba la situación en Venezuela. Adicionalmente, esa misma semana, un general venezolano que había desertado y marchado a Colombia, describió públicamente el grado de corrupción en el programa médico del país, una evidencia más de la podredumbre dentro del régimen. Poco después, el Wall Street Journal publicó un artículo en el que daba detalles de cómo Maduro estaba perdiendo apoyo entre los venezolanos pobres, algo en lo que creíamos desde que se iniciara la rebelión en enero. Insté a considerar nuevas acciones para promover discrepancias entre el ejército venezolano y los cubanos y sus bandas de colectivos. Los militares profesionales despreciaban a los colectivos y, todo lo que hiciésemos para aumentar las tensiones entre ellos, deslegitimando aún más la presencia cubana, sería positivo.

Trump parecía mantenerse en su posición. El 19 de marzo, en una conferencia de prensa en la Casa Blanca junto al presidente brasileño Jair Bolsonaro, había comentado: “aún no hemos aplicado a Venezuela las sanciones más severas”. Por supuesto que dicho comentario provocaba la pregunta “¿Y por qué no?” ¿A qué estábamos esperando? Story, Claver-Carone y otros, continuaron recibiendo noticias desde Venezuela de que el ritmo y la extensión de las conversaciones entre la oposición y los posibles aliados dentro del régimen aumentaban. Todo parecía increíblemente lento, pero al menos marchaba en la dirección correcta. De hecho, la evidencia de las divisiones dentro del régimen podría haber sido la causa del arresto de dos de los principales asistentes de Guaidó, especialmente el de su jefe de despacho, Roberto Marrero. Pence sopesó toda la situación y persuadió a Trump para que ignorase la oposición del Tesoro a sancionar a una de las principales instituciones financieras del gobierno venezolano y a cuatro de sus subsidiarias. Más tarde, Pence me contó que, al darle las instrucciones a Mnuchin, Trump le dijo: “Tal vez sea hora de cerrarle el negocio a Maduro”. ¡Ciertamente! Después de eso, el Tesoro estuvo incluso de acuerdo en sancionar a todo el sector financiero venezolano, algo a lo que se había opuesto rotundamente durante mucho tiempo. Aunque me hacía feliz el haber logrado el resultado correcto, pienso que el tiempo que desperdiciamos en discusiones internas fue un salvavidas para Maduro. Mientras tanto, a mediados de marzo, Rusia envió nuevas tropas y equipos, incluso catalogó uno de los embarques como ayuda humanitaria, en un intento por esconder el nivel de su presencia. Había fuertes indicios de que enviarían más en los meses siguientes. Al mismo tiempo, sin embargo, el ministro de defensa de Brasil, Fernando Azevedo, me comentaba que el final de Maduro estaba a la vista. También me reuní en mi oficina con el presidente de Honduras, Juan Hernández, quien también se mostraba igual de optimista, en contraste con la situación que tenía en su frontera con Nicaragua.

El 27 de marzo, la esposa de Guaidó, Fabiana Rosales, llegó a la Casa Blanca para reunirse con Pence en el Salón Roosevelt y teníamos la esperanza de que Trump asistiera. A Fabiana la acompañaban la esposa y la hermana de Marrero y, después de las fotos y las declaraciones a la prensa por parte de Rosales y Pence, en vez de dirigirnos al Salón Roosevelt, fuimos conducidos hacia la Oficina Oval. Trump saludó calurosamente a Rosales y sus acompañantes e inmediatamente después entró la tropa de la prensa para una transmisión en vivo que duró 20 minutos. Rosales nos agradeció a Trump, Pence y a mí por nuestro apoyo (diciendo: “Sr. Bolton, es un honor poder contar con usted como lo hemos hecho”). Trump estuvo muy bien con la prensa y cuando se le preguntó por la participación de Rusia en Venezuela dijo: “Rusia tiene que salir”, lo que provocó una fuerte impresión, además de ser exactamente lo que yo esperaba que dijera.

Más interesante aún resultó el debate después de que la prensa se hubiese marchado. Rosales describió lo mal que estaban las cosas en Venezuela y la esposa de Marrero nos contó como la policía secreta había irrumpido en su casa y sacado a rastras a su esposo para llevarlo al Helicoide, la ahora tristemente célebre sede de la policía secreta en Caracas, que también servía de prisión. Mientras continuaba la conversación, Trump me dijo dos veces, refiriéndose a los rusos “Sácalos” y, con relación al régimen cubano “Acaba con ellos (en Cuba)”, instrucciones que yo recibí con agrado. Hubo un momento en que Trump enfatizó que quería que se aplicaran “las sanciones más extremas” contra Venezuela, y yo me giré para ver a Mnuchin, que había venido para otra reunión. Todos, tanto los venezolanos como los estadounidenses, se rieron porque sabían que Mnuchin era el principal obstáculo para que se cumpliese el deseo que había expresado Trump. Pence preguntó a Rosales cómo estaba la situación con el ejército venezolano, pero Trump lo interrumpió para decir: “Esto va muy lento. Yo creí que para este momento ya habrían entrado en razones.” Rosales describió la violencia extrema de la que estaba siendo testigo, y habló de los estrechos vínculos del ejército venezolano con Cuba50. Al concluir la reunión con Rosales, Trump nos dijo a Mnuchin y a mí: “Ahora no se pueden echar para atrás”, y yo dije: “Steve y yo estaremos esperando ansiosamente el momento en cuanto él (Mnuchin) regrese de China.” Yo estaba convencido de que Mnuchin estaba disfrutando ese momento tanto como yo.

El resultado más inesperado de aquella reunión fue que Trump se fijara en que Rosales no llevaba puesto un anillo de casada y se veía muy joven. Lo segundo era cierto aunque también parecía ser muy decidida, pero lo primero no lo había notado. Más tarde, cuando se mencionó el nombre de Guaidó, Trump volvió a referirse al “asunto” del anillo de casada. Nunca llegué a entender qué significaba aquello, pero sabía que no era algo bueno, desde el punto de vista de Trump. Él pensaba que Guaidó era “débil”, en comparación con Maduro, que era “fuerte”. Cuando llegó la primavera, ya Trump llamaba a Guaidó el “Beto O’Rourke de Venezuela”, que difícilmente podría considerarse como el tipo de elogio que debía recibir un aliado de los Estados Unidos. Esto no resultaba de mucha ayuda pero era típico de Trump que no tenía reparos en vilipendiar a los que lo rodeaban, como cuando empezó a culparme de que la oposición no lograse derrocar a Maduro. Quizás a Trump se le olvidó que él fue quien tomó la decisión final sobre esa política, excepto cuando dijo que él era el único que tomaba las decisiones. No obstante, la reunión que Trump sostuvo con Fabiana Rosales había sido donde había mostrado hasta aquel momento su actitud más categórica sobre Venezuela desde el Despacho Oval. Qué lástima que los funcionarios competentes de los Departamentos de Estado y del Tesoro no hayan estado allí también para verlo.

Una de las estratagemas aplicadas fue mi serie de tuits al Ministro de Defensa Padrino, con el objetivo de avivar su sentimiento patriótico como venezolano en contra de los rusos y los cubanos y exhortarlo a que “hiciera lo correcto” con arreglo a la Constitución de su país. Nos pareció que habíamos logrado el objetivo. En respuesta a la pregunta de un periodista, Padrino dijo: “Sr. Bolton, le digo que estamos haciendo lo correcto. Hacer lo correcto es hacer lo que está escrito en la Constitución…Hacer lo correcto es respetar la voluntad de la gente.”51 Eso era justo lo que necesitábamos para empezar con una nueva serie de tuits afirmando que “la voluntad del pueblo” era librarse de Maduro, lo cual era realmente cierto. Al menos en aquel momento podíamos decir que estábamos dentro de la mente de Padrino y quizás también dentro de la mente de otras personas. De hecho, después de su reunión con Trump, Rosales dijo a Abrams: “El régimen se cuestiona la credibilidad de la amenaza militar estadounidense pero a lo que sí temen es a John Bolton cuando empieza a tuitear.” ¡Eso era bastante alentador!

En Venezuela, los opositores junto con figuras clave del régimen estaban planeando una jugada para que el Tribunal Supremo de Justicia, el equivalente de nuestra Corte Suprema, declarase ilegítima a la Asamblea Nacional Constituyente, que es la “legislatura” electa fraudulentamente por Maduro52. Si el máximo tribunal en Venezuela, que estaba lleno de compinches y mercenarios de Maduro y liderado por los que decían ser sus partidarios más fuertes, deslegitimaba la legislatura de Maduro, esto debilitaría grandemente el poderío de Maduro a todos los niveles en Venezuela. Al propio tiempo, civiles venezolanos habían atravesado las barricadas colocadas por la Guardia Nacional de Maduro sobre el Puente Internacional Simón Bolívar cerca de Cúcuta, que es el punto fronterizo con Colombia, acción con la cual habían retomado el contacto con el mundo exterior. La Guardia Nacional se había dispersado y hubo informes no confirmados de que los gobernadores de varias provincias fronterizas se estaban haciendo cargo de la situación aunque solo temporalmente. El resultado final contabilizado de la acción del 23 de febrero fue la deserción de mil cuatrocientos miembros del Ejército Venezolano, la Guardia Nacional y las fuerzas policiales53, y ya no teníamos dudas de que la mayor parte del resto del ejército respaldaba con firmeza a Guaidó.



Para lograr salir victoriosos, teníamos que mejorar nuestra estrategia considerablemente. En una reunión “informal” con los jefes que yo organicé el 8 de abril, Mnuchin mostró una actitud mucho más flexible, y acordamos aumentar la presión sobre Rusia tanto dentro como fuera del Hemisferio Occidental, desde Ucrania o el Báltico, por ejemplo, o sobre el Gasoducto Nord Stream 2. Mnuchin se ofreció para presionar al Ministro de Finanzas ruso durante el fin de semana en la reunión anual del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y eso representaba un avance. El estimado de la deuda total venezolana con Rusia y China (sobre todo con Rusia) ascendía a 60 mil millones de dólares o más, por lo que era obvio que tenían muchas cosas en riesgo, aún más si la oposición tomaba el poder54. Yo solo esperaba que Trump no pusiese ninguna objeción a nuestro plan de subir las apuestas con Moscú.

Claver-Carone y Story habían recibido información de que el 20 de abril, el día previo a la celebración de la Pascua, podría ser la fecha fijada para las negociaciones que destruirían al régimen. Hasta habíamos escuchado rumores de que el jefe de la policía secreta Manuel Christopher Figuera pensaba que Maduro estaba acabado55. Las conversaciones con varios altos jefes militares venezolanos, incluido el Ministro de Defensa Padrino, se estaban enfocando cada vez más en la organización de acciones concretas: ya no se discutía si Maduro sería expulsado del poder o no, sino cómo sucedería.56 Estos jefes militares también tenían consultas con máximas autoridades civiles, en especial con Moreno,57 lo cual constituía una buena señal para proceder contra Maduro y aquellos que aún se mostraban leales al régimen. Esto era importante porque para lograr un verdadero cambio, no bastaba con sacar a Maduro del gobierno. Yo tenía la impresión de que la negociación se centraba demasiado en cómo transcurriría el periodo de “transición”, lo cual era muy riesgoso, ya que los defensores del movimiento chavista seguirían controlando instituciones claves del gobierno incluso después de la expulsión de Maduro. Desde mi percepción, la secuencia que se esperaba siguieran los acontecimientos era la siguiente: el Tribunal Supremo declararía ilegal a la Asamblea Constituyente, Maduro demitiría, el ejército reconocería a Guaidó como Presidente Interino, la Asamblea Nacional sería reconocida como la única legislatura legítima en Venezuela, y el Tribunal Supremo seguiría en funciones. Este no era el escenario perfecto y desde mi punto de vista, existía el riesgo real de que eliminar a Maduro para mantener al régimen en el poder fuese el objetivo oculto de algunas de las figuras del régimen que estaban involucradas.

El 17 de abril en el Hotel Biltmore en Coral Gables, Florida, pronuncié un discurso en un acto de la Asociación de Veteranos de Bahía de Cochinos para conmemorar el quincuagésimo octavo aniversario de su invasión a Cuba en un intento fallido de derrocar el régimen de Castro. Los veteranos de la Brigada 2506 eran una fuerza influyente dentro de la política cubano-estadounidense en La Florida y en el país en general, y este encuentro anual suscitaba mucha atención, llegando a ser un evento que los aspirantes a la política trataban de no perderse. Ese día yo pude darles por fin la noticia de que se había puesto fin a la suspensión del Título 2 de la Ley Helms-Burton, lo que permitía presentar demandas contra los dueños de bienes expropiados por el régimen de Castro, y se ponía plenamente en vigor el Título 4, según el cual se podría denegar a esos dueños la visa estadounidense, lo que constituía un gran problema para corporaciones extranjeras que eran ahora las propietarias de muchos de esos bienes. Estábamos anunciando muchas otras medidas relevantes contra Cuba y Venezuela, sobre todo medidas que atacaban al Banco Central venezolano. El efecto global que se perseguía era demostrar la resolución de la Administración contra la “troika de la tiranía” aun cuando yo fuese la única persona en el abarrotado salón de fiestas del Hotel Biltmore que sabía cuán poca resolución había detrás del escritorio Resolute.[1]

Luego de algunos retrasos por diversas razones, la nueva fecha límite para que la oposición actuara era el 30 de abril. Sentía que el tiempo pasaba rápidamente en contra nuestra, debido a las evidentes preocupaciones de Trump con respecto a Guaidó y el “tema” del anillo matrimonial. Tenía presente el recuerdo de todos los errores antes cometidos, como la salida de Guaidó del país, el hecho de que ni la oposición ni Colombia hubiesen logrado forzar el cruce de la frontera con la ayuda humanitaria en febrero, y el cierre de la Embajada de Caracas. De todos modos, como se había fijado la acción para el 30 de abril, un día antes del 1ro de mayo, fecha para la que Guaidó ya había convocado a realizar manifestaciones masivas en todo el país, quizás ya estaba muy cerca la hora de la verdad.

De hecho, así fue. Pompeo me llamó a las 5:25 a.m. del 30 de abril para decirme: “Hay mucho movimiento en Venezuela”, y me comunicó, entre otras cosas, que el General Manuel Cristopher Figuera, que había sido escogido hacía poco como jefe de la SEBIN, órgano esencial de la policía secreta, había liberado al líder opositor Leopoldo López de su prolongado arresto domiciliario. Pompeo dijo que Padrino había ido a reunirse con Guaidó y que pensaba decirle pronto a Maduro que ya era hora de que se marchara. Padrino se decía estar acompañado de trescientos militares que afirmaron haberse librado de los cubanos, pero después supimos que esta información (tanto el supuesto encuentro como el acompañamiento militar) era incorrecta. La parte del plan vinculada al Tribunal Supremo (la declaración de la Asamblea General como ilegítima) aún no se había ejecutado, pero parecía que se iban acomodando otras piezas. Yo estaba listo para partir hacia la Casa Blanca y salí un poco antes de lo habitual, con la previsión de que tendría un día muy agitado. Para cuando llegué al Ala Oeste, Guaidó y López estaban en la base aérea La Carlota en el centro de Caracas, que supuestamente se había pasado al bando opositor. Guaidó publicó en Tuiter un video con un mensaje que anunciaba el comienzo de la “Operación Libertad” y hacía un llamado a los militares para que desertaran y a los civiles para que salieran a las calles a protestar. Sin embargo, poco después conocimos que la información sobre la base aérea La Carlota no era verídica, y que Guaidó y López nunca estuvieron realmente dentro de dicha base. Además, en apenas unas horas se demostró que no eran ciertos los informes de que unidades militares que respaldaban a Guaidó habían tomado al menos el control de algunas estaciones de radio y televisión.

Durante toda la mañana continuamos recibiendo informes confusos y contradictorios, como resultado del fenómeno de “niebla de la guerra”, algo típico de eventos como estos, pero cada vez resultaba más claro que se había desvanecido el plan discutido una y otra vez entre la oposición y figuras claves del régimen. No recibimos los primeros informes noticiosos hasta aproximadamente las 6:16 a.m. Escuchábamos que Moreno había convocado a los miembros del tribunal supremo para que asumieran el papel asignado, lo cual llevaría a su vez a que Padrino entrara en acción. Sin embargo, resultó que los jueces no siguieron el plan. Ya en la tarde, mi apreciación era que todos los altos dirigentes cívico-militares del régimen con quienes la oposición había estado negociando, como Moreno, se estaban retirando pues consideraban que las acciones se habían iniciado de forma prematura. El General Cristopher Figuera afirmó que había alertado personalmente a Padrino sobre la aceleración del cronograma, y podía aseverar que Padrino estaba nervioso producto del cambio de planes.58 El cronograma se había adelantado pero solo debido a que se sospechaba que el lunes en la noche los cubanos se habían enterado de la conspiración, y por consiguiente esto motivó a los involucrados por el bando opositor a avanzar sin seguir la secuencia prevista. En mi opinión, todo ello evidenció quién estaba realmente al mando en Venezuela, en concreto, los cubanos, quienes habían informado a Maduro de los planes. A medida que se corría la voz entre los máximos dirigentes del régimen de que se había vulnerado la seguridad del plan, el Presidente del Tribunal Supremo Moreno se ponía cada vez más nervioso, lo que dio lugar a que éste no lograra que su tribunal deslegitimara a la Asamblea Constituyente de Maduro como estaba previsto; y por consiguiente, los altos jefes militares se asustaron. Ante la falta de una fachada “constitucional”, ellos dudaron y la liberación de López en la mañana del martes solo trajo como consecuencia que aumentara el malestar de los altos jefes militares participantes en la conspiración. Llegué a la conclusión de que estos generales nunca tuvieron la intención de desertar, o al menos sopesaron los riesgos detenidamente como para decidir a qué bando pasarse el martes en dependencia del curso que tomaran los acontecimientos.

En las situaciones revolucionarias nada sale nunca como se planificó y la improvisación puede en ocasiones marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso. Pero en Venezuela ese día, todo se fue por la borda. Claramente nos sentíamos frustrados, en gran medida porque estábamos en Washington, lejos de lo que estaba pasando y sobre todo porque no podíamos estar al tanto en tiempo real de los hechos que se sucedían rápidamente. Posteriormente supimos por los líderes opositores que luego que Cristopher Figuera liberara a López del arresto domiciliario, López y Guaidó decidieron continuar con la esperanza de que funcionarios importantes dentro del régimen se les sumaran. La historia recogerá que estaban equivocados aunque no era descabellado que pensaran que una vez que el plan estuviera en marcha, debían llevarlo hasta el final. Cristopher Figuera más tarde buscaría refugio en una embajada de Caracas por temor a que el régimen de Maduro lo matara, y huiría a Colombia. Su esposa y las de otros muchos altos funcionarios del gobierno de Maduro ya habían abandonado Venezuela hacia los Estados Unidos y hacia otros lugares más seguros.

Yo me debatía con el tema de cuándo despertar a Trump y decidí hacerlo después de llegar a la Casa Blanca y repasar brevemente toda la información disponible. Lo llamé a las 6:07 a.m., era la primera vez que lo despertaba desde que había tomado el cargo de Asesor de Seguridad Nacional. Desconozco si Flynn o McMaster llegaron alguna vez a hacerlo. Trump aún estaba medio dormido, pero cuando le dije lo que sabíamos, tan solo me dijo: “Oh”. Le recalqué que el resultado no era para nada seguro. Al final del día podía terminar preso lo mismo Maduro que Guaidó, o podía darse cualquier otra alternativa intermedia. Llamé a Pence a las 6:22 y le transmití el mismo mensaje, y seguí llamando sobre esa hora a otros miembros del Consejo de Seguridad Nacional (NSC) y líderes importantes del Congreso, donde contábamos con un apoyo casi unánime de los dos partidos hacia nuestra política de línea dura con Venezuela. Pompeo y yo nos pasamos todo el día hablando por teléfono con gobiernos de otros países para informarles lo que sabíamos y pedirles su apoyo a una lucha cuya duración aun no podíamos predecir.

Nadie dio a Maduro la orden de que era hora de marcharse, como se había previsto en el plan de la oposición, pero no cabía duda alguna de que a pesar de toda la vigilancia de su régimen, la rebelión lo tomó por sorpresa. A Maduro lo trasladaron con urgencia al Fuerte Tiuna, un cuartel general cerca de Caracas, donde lo mantuvieron bajo máxima seguridad durante varios días.59 En ese momento se dudó si la razón para ello había sido proteger a Maduro o contenerlo para que no huyera de Venezuela, o una combinación de las dos cosas, y hasta hoy en día no están claros los motivos. (Los cubanos tenían buenas razones para preocuparse por Maduro; Pompeo después diría públicamente que creímos que él había estado a punto de abandonar Venezuela aquel día).60 Según la oposición, supuestamente Padrino también había estado en el Fuerte Tuna casi todo el día. Pero cualesquiera que hayan sido las razones, sin duda alguna los cubanos y las máximas figuras del régimen se preocuparon mucho por lo que estaban presenciando, lo cual reveló de manera convincente que estaban errados respecto del apoyo hacia Maduro y su régimen dentro de Venezuela.61

Lo que me preocupaba en ese momento era que el fallido levantamiento trajese como consecuencia arrestos masivos de los opositores y un posible baño de sangre que desde enero temíamos podía suceder. Sin embargo, estas consecuencias previstas para el peor de los escenarios no tuvieron lugar ni ese día, ni esa noche, ni en las semanas ni meses subsiguientes. Lo más probable es que no sucedieran porque Maduro y sus compinches eran bien conscientes de que la aplicación de medidas enérgicas podría provocar que los militares, e inclusive los más altos funcionarios, se pusiesen en contra del régimen. Ni Maduro ni sus controladores de Cuba estaban dispuestos a arriesgarse, y eso continúa siendo cierto hasta hoy.

El 1ro de mayo, programé una Reunión del Comité Interdepartamental para analizar los pasos a seguir. Todos aportaron sus sugerencias, muchas de las cuales se aprobaron, y una vez más se planteaba la pregunta de por qué no habíamos ejecutado todas esas propuestas y otras más en enero. En ese momento fue cuando los efectos de la dilación burocrática se hicieron totalmente evidentes, así como la falta de constancia y determinación en el Despacho Oval. Aunque los bandos siguieron estando en esencia en la misma posición en que se encontraban antes de la revuelta del 30 de abril, no había forma de evadir que aquello no había sido más que una derrota de la oposición. Habían ejecutado una jugada y no habían avanzado ni una yarda, y eso en una dictadura nunca es una buena noticia. Pero el hecho de que perdieran una jugada no significaba que habían perdido todo el partido, si bien nuestro equipo estaba visiblemente decepcionado. Ahora correspondía a la oposición levantarse, sacudirse el polvo y empezar la marcha otra vez.

Uno de los efectos inmediatos fue que las manifestaciones masivas del 1ro de mayo previamente planificadas por Guaidó, aunque fueron mucho más grandes que las contramanifestaciones del régimen, no fueron tan masivas como podrían haber sido. Muchos ciudadanos, obviamente inseguros sobre cómo reaccionaría el régimen, tenían miedo a estar en las calles, aunque las imágenes televisivas de Caracas mostraban a hombres y mujeres jóvenes de la oposición ansiosos por entablar una pelea, que arremetían contra los vehículos blindados de la policía que intentaba contener a los manifestantes. Guaidó se pasó todo el día hablando en público, convocando de manera continua a protestas y huelgas de los sindicatos del sector público, a los que había logrado apartar hasta cierto punto de su antiguo apoyo al movimiento chavista detrás de Maduro. El deplorable estado de la economía hacía que incluso los empleados del gobierno tomaran conciencia de que se necesitaba un gran cambio para que las cosas mejoraran. Maduro, por el contrario, permaneció invisible, sin aparecer en público, probablemente escondido en el Fuerte Tiuna, supuestamente sentando las bases para los arrestos a gran escala, a los que temían la oposición y el público en general, pero que afortunadamente nunca se materializaron.

Un acontecimiento negativo e innecesario fue la decisión de Trump de llamar a Putin el 23 de mayo, principalmente para abordar otros temas, aunque al final tocó el tema de Venezuela. En esa conversación Putin hizo un despliegue brillante de propaganda al estilo soviético, que desde mi percepción resultó bastante convincente para Trump. Putin dijo que nuestro apoyo a Guaidó había consolidado el respaldo a Maduro, que estaba completamente alejado de la realidad, como su igualmente ficticia afirmación de que las concentraciones de los partidarios de Maduro el 1ro de mayo habían sido mayores que las de la oposición. De una manera que aseguraba captar la atención de Trump, Putin calificó a Guaidó como alguien que se proclamaba a sí mismo, pero carente de apoyo real, una situación equiparable a que Hillary Clinton decidiese autoproclamarse Presidenta. Esta línea orwelliana continuó mientras Putin negaba que Rusia tuviera participación real en los acontecimientos de Venezuela. Putin admitió que Rusia había vendido armas a Venezuela diez años atrás durante el mandato de Chávez, y mantenía su responsabilidad en cuanto a la reparación y el mantenimiento de esas armas con arreglo al contrato firmado en aquel momento, pero nada más que eso. Dijo que Christopher Figuera (aunque no mencionó su nombre, sino su título) era probablemente agente nuestro y podría ponernos al corriente. ¡Qué gracioso! Tras esta llamada, Putin podía haberse llevado fácilmente la impresión de que tenía vía libre en Venezuela. Poco después, según nos informó el Departamento del Tesoro, Trump habló con Mnuchin, quien felizmente concluyó que Trump quería ser menos severo en la aplicación de nuevas sanciones contra Venezuela.

Durante los meses siguientes, la economía de Venezuela se deterioró y continuó el declive que ya se había prolongado durante veinte años bajo los mandatos de Chávez y Maduro. El Presidente del Comité Internacional de la Cruz Roja, después de visitar Venezuela, me dijo que no había visto hospitales en tan malas condiciones desde su último viaje a Corea del Norte. Se reanudaron las negociaciones entre la oposición y las figuras clave del régimen. El progreso no fue constante, y hubo largos períodos en los que las negociaciones parecían estancarse. La oposición luchó por encontrar una nueva estrategia tras el fracaso del 30 de abril, con resultados diversos. Una estrategia que podría resultar atractiva sería fomentar la competencia dentro del régimen para derrocar a Maduro. Si poner a estos escorpiones dentro una botella para que peleen uno contra el otro produjera la destitución de Maduro, incluso si "el régimen" permaneciera en el poder, esto podría acrecentar la inestabilidad y agudizar las luchas internas, dando a la oposición más posibilidades de actuar. La comunidad venezolana-estadounidense en La Florida, aunque se deprimió por el resultado, se recuperó rápidamente al prevalecer la urgencia de aliviar la opresión a la que están sometidos sus amigos y familiares. Y los políticos estadounidenses, desde Trump hacia abajo, se dieron cuenta de que los votantes venezolanos-estadounidenses, por no hablar de los cubanos-estadounidenses y nicaragüenses-estadounidenses, cruciales en La Florida y en otros estados, juzgarían a los candidatos a partir de su apoyo a la oposición.

Sin embargo, en Venezuela se prolongó el estancamiento. Ninguno de los dos bandos podía derrotar al otro. Aun así, sería un error decir, como muchos comentaristas han afirmado, que los militares se mantuvieron leales a Maduro. Los militares permanecieron en sus cuarteles, lo que indudablemente benefició al régimen. Sin embargo, eso no significa, a mi juicio, que los oficiales subalternos y las tropas alistadas tengan un sentimiento de lealtad hacia un régimen que ha devastado un país, en el que las condiciones económicas empeoran a diario. Yo pienso en cambio que los militares de alto rango están seguramente casi más preocupados por la cohesión de las fuerzas armadas como institución. Una orden para suprimir la oposición podría conducir a una guerra civil, en la cual la mayoría de las unidades militares regulares probablemente apoyarían a la oposición, en contraposición a los diversos órganos de la policía secreta, las milicias y los colectivos dirigidos por los cubanos. Tal conflicto sería uno de esos escenarios inusuales que podrían empeorar aún más las cosas en Venezuela. Pero es precisamente por eso que, en las circunstancias apropiadas, los militares podrían perfectamente derrocar al régimen, no sólo a Maduro, y permitir el retorno a la democracia.

Actualmente el principal obstáculo en el camino de la liberación de Venezuela es la presencia cubana, que cuenta con el apoyo decisivo de los recursos financieros rusos. Si las redes militares y de inteligencia de Cuba abandonaran el país, el régimen de Maduro tendría serios problemas, probablemente fatales. Todo el mundo está consciente de esta realidad, sobre todo Maduro, que muchos creen que debe su posición como Presidente a la intervención cubana en la lucha por el control tras la muerte de Chávez62. Al mirar atrás, me queda claro que La Habana vio a Maduro como el más dócil de los principales contrincantes, y el tiempo ha demostrado que esta tesis fue acertada.

Al concluir ese último día de abril de 2019, se frustraba el intento de levantamiento el mismo día en que había comenzado como resultado de dos décadas de desconfianza mutua, la cobardía de varios líderes del régimen que se habían comprometido a actuar pero que perdieron el valor en el momento decisivo, algunos errores tácticos cometidos por la inexperta oposición, la ausencia de algún asesor estadounidense en el terreno que pudiera, y subrayo "pudiera", haber ayudado a marcar la diferencia, y la fría y cínica presión ejercida por los cubanos y los rusos. Expuse todo esto en su momento, con la esperanza de dar continuidad a los esfuerzos de la oposición, y aclarar los hechos históricos63. Las recriminaciones después de un fracaso son inevitables, y nos tuvimos que enfrentar a muchas, incluso algunas recriminaciones directas de Trump.

Pero no se equivoquen: esta rebelión estuvo muy cerca de lograr el éxito. Creer lo contrario sería ignorar una realidad que, a medida que vaya saliendo a la luz más información en los años venideros, sólo se volverá más clara. Tras el fracaso del 30 de abril, la oposición continuó su lucha, y la política estadounidense debería seguir apoyándola. Como me dijo Mitch McConnell a principios de mayo, "No retrocedas". Todo el crédito es de aquellos que arriesgaron sus vidas en Venezuela a fin de liberar a sus compatriotas, y aquellos que los cuestionaron deberían sentir vergüenza. Venezuela será libre.


[1] N. del T. Se trata del nombre del escritorio que usa el Presidente en el Despacho Oval. En esta oración hay un juego de palabras en inglés con el significado de la palabra “Resolute” que quiere decir “resuelto”.