En EXCLUSIVO:
El
capítulo sobre Venezuela del libro de JOHN
BOLTON “The Room Where it Happened” (“La habitación donde
sucedió”).
De una
fuente muy especial podemos publicar en exclusiva EL CAPÍTULO SOBRE
VENEZUELA del libro del halcón JOHN BOLTON, un siniestro
personaje que ahora publica un libro sobre su tiempo como asesor de seguridad
del presidente estadounidense, DONALD TRUMP.
Hay que
leerlo con lo que se merece, es decir con una “distancia social”, por su veneno
y ganas de ir a la guerra a todo lo que huele democracia, progresismo y ni
hablar de ideas y obras revolucionarias.
John Bolton
es uno de esos fascistas puros que uno no lamentaría ni una sola palabra si
pasaras a otra “dimensión”.
Porque el
personaje es la expresión de muerte, de sangre y todo lo que quieras sobre la
existencia del planeta, y hasta el “melón” de la Casa Blanca no lo aguantaba.
Así que
tienes que leer éste capítulo en donde no perdona a Trump de no haber ahogado
al pueblo venezolano y la cuna de Simón Bolívar en SANGRE.
Da realmente
asco de leer ese personaje. Pero es necesario para entender cómo piensa y actúa
el imperialismo expresado por uno de sus más sanguinarios servidores.
Mientras
tanto, nosotros nos preparemos para dar la pelea hasta las últimas
consecuencias, como diría Fidel ante una amenaza de tal magnitud que representa
el imperialismo.
Dick E.
Traducción del capítulo sobre Venezuela del libro de John Bolton “The Room Where
it Happened” (“La habitación donde sucedió”).
El régimen ilegal de
Venezuela, uno de los más opresivos del hemisferio occidental, brindaba una
oportunidad para el Gobierno de Trump, aunque ello requería una determinación
constante de nuestra parte y una presión implacable, consecuente y total. No pudimos
estar a la altura de ese criterio. El Presidente vaciló y cancaneó, lo que
exacerbó los desacuerdos internos del Gobierno en lugar de resolverlos, e
impidió, en reiteradas ocasiones, nuestros esfuerzos de aplicar una política.
Nunca fuimos demasiado confiados en el éxito al apoyar los esfuerzos de la
oposición para reemplazar a Nicolás Maduro, el heredero de Hugo Chávez. Casi
fue lo contrario. Los oponentes a Maduro actuaron en enero de 2019 porque
estaban convencidos que esa podía ser su última oportunidad de alcanzar la
libertad tras años de intentos fallidos. Los Estados Unidos respondieron porque
era nuestro interés nacional hacerlo. Y lo sigue siendo, y la lucha continúa.
Con posterioridad a los
esfuerzos infructuosos para derrocar a Maduro, el Gobierno de Trump no vaciló
en tratar públicamente y en detalle lo cerca que había llegado la oposición de
desbancar a Maduro, y lo que había salido mal. Numerosos artículos de prensa se
hacían eco de los detalles de lo que nosotros habíamos escuchado continuamente
por parte de la oposición durante 2019, y que se analizan en el texto. Esto no
era precisamente una situación de conversaciones e intercambios diplomáticos, y
también escuchamos a muchos miembros del Congreso, ciudadanos privados de los
EE.UU., en especial de los miembros de las comunidades cubano-americana y
venezolano-americana en La Florida. Algún día, cuando Venezuela sea libre de
nuevo, las muchas personas que apoyan la oposición serán libres de contar sus
relatos de manera pública. Hasta ese momento, solamente tenemos los recuerdos
de las personas que, como yo, tuvieron la suerte de contar esas historias por
ellos.
Hay una historia de veinte
años de oportunidades perdidas en Venezuela, dada la generalizada y tenaz
oposición contra el régimen Chávez-Maduro. Poco tiempo después de que me
designaran Asesor de Seguridad Nacional, mientras Maduro hablaba en una
ceremonia de condecoraciones militares el 4 de agosto, fue atacado con dos
drones. El ataque no tuvo éxito, pero mostró el fuerte disenso que existía
dentro de las fuerzas armadas. Y las imágenes hilarantes de los efectivos
huyendo enérgicamente ante el sonido de las explosiones, pese a la propaganda
del régimen, demostró cuán “leales” a Maduro eran los militares.
El régimen autocrático de
Maduro constituía una amenaza debido a su relación con Cuba y las oportunidades
que le brindaba a Rusia, China e Irán. La amenaza de Moscú era innegable, tanto
militar como financiera, habida cuenta de los cuantiosos recursos que había
empleado para respaldar a Maduro, dominar la industria venezolana del petróleo
y el gas, e imponerle costos a los EE.UU. Beijing no se quedaba atrás. Trump
vio esto y, luego de una llamada al presidente de Egipto Abdel Fattah al-Sisi
el día de Año Nuevo de 2019, me dijo que le preocupaba Rusia y China: “No me
quiero quedar sentado mirando”. Venezuela no estaba en mis prioridades cuando
empecé, pero una gestión compe-tente de la seguridad nacional exige
flexibilidad cuando surgen nuevas amenazas u oportunidades. Venezuela era ese tipo
de contingencia. Los Estados Unidos habían hecho frente a las amenazas externas
en el hemisferio occidental desde la época de la Doctrina Monroe, y ya era hora
de resucitarla luego de los esfuerzos de Obama y Kerry por darle sepultura.
Venezuela era una amenaza
por sí misma, como lo demostró en un incidente en el mar el 22 de diciembre
frente a la frontera guyanesa-venezolana. Unidades navales venezolanas trataron
de abordar unos buques de exploración de ExxonMobil, que operaban con licencias
de Guyana y en sus aguas jurisdiccionales. Chávez y Maduro habían puesto la
industria venezolana del petróleo y el gas al borde del abismo, y los amplios
recursos de hidrocarburos en Guyana presentaban una amenaza competitiva en el
país vecino. El incidente se desvaneció cuando los buques de exploración
regresa-ron rápidamente a zona innegable de aguas guyanesas, luego de rechazar
la solicitud de Venezuela de aterrizar un helicóptero en uno de ellos.
Poco después del ataque con
drones, durante una reunión que no guardaba relación, el 15 de agosto, surgió
el tema de Venezuela, y Trump me dijo de manera enfática “Que lo hagan”, es
decir que me deshiciera del régimen de Maduro. “Esta es la quinta vez que lo
pido”, continuó diciendo. Describí la idea de lo que estábamos haciendo en una
reunión limitada a Kelly y a mí, pero Trump insistió en que quería opciones
militares para Venezuela y, luego, quedársela porque “es realmente parte de los
Estados Unidos”. Este interés del Presidente en analizar opciones militares me
sorprendió al inicio, pero no debía haberlo hecho. Según supe, Trump había
abogado por ello con anterioridad, al responder una pregunta de la prensa, casi
exactamente un año antes, el 11 de agosto de 2017, en Bedminster, Nueva Jersey:
“Tenemos
muchas opciones para Venezuela y, por cierto, no voy a descartar la opción
militar. Tenemos muchas opciones para Venezuela. Es nuestro vecino …es —estamos
por todo el mundo y tenemos efectivos en todo el mundo, en lugares que están
muy pero muy lejos. Venezuela no está muy lejos, y la gente está sufriendo y
muriendo. Tenemos muchas opciones para Venezuela, incluida una posible opción
militar si fuera necesario.”
Expliqué porqué la fuerza
militar no era la respuesta, en especial dada la inevitable oposición del
Congreso, y que podíamos alcanzar el mismo objetivo trabajando con los
oponentes de Maduro. Posteriormente decidí centrar la atención en Venezuela, al
pronunciar un discurso en Miami el 1 de noviembre de 2018 que tuvo bastante
cobertura de prensa, y en el que condenaba la “troika de la tiranía” del
hemisferio occidental: Venezuela, Cuba y Nicaragua. Anuncié que el Gobierno, en
la marcha atrás en curso a la política de Obama hacia Cuba, impondría nuevas
sanciones contra La Habana, y que también emitiría una orden ejecutiva para
castigar el sector aurífero venezolano, el cual utilizaba el régimen para
mantenerse a flote vendiendo oro del Banco Central de Venezuela. El discurso de
la “troika de la tiranía” subrayó la afiliación de los tres gobiernos
autoritarios, y creó la base para una política con miras al futuro. A Trump le
gustó la frase de la “troika de la tiranía”, y me dijo “Das muy buenos
discursos”. Este, como señalé, lo había escrito uno de sus propios redactores
de discursos.
Desde luego, Trump también
decía periódicamente que quería reunirse con Maduro para resolver todos
nuestros problemas con Venezuela, lo que ni Pompeo ni yo considerábamos una
buena idea. Un día de diciembre, me encontré con Rudy Giuliani en el Ala Oeste.
Me pidió pasar a verme después de una reunión de los abogados de Trump, que era
la razón por la que se encontraba allá. Tenía un mensaje para Trump del
representante Pete Sessions, quien desde hacía mucho tiempo había abogado por
que Trump se reuniera con Maduro, al igual que el senador Bob Corker, por
motivos que sólo ellos conocen. Hablando de esto más tarde, Pompeo sugirió que
primero enviáramos a alguien a Venezuela a ver a Maduro, aunque nada llegó a
suceder, en la medida en que posteriormente decayó el interés de Trump de
hablar con Maduro.
El gran momento en Venezuela
llegó el viernes, 11 de enero. El nuevo y joven presidente de la Asamblea
Nacional, Juan Guaidó, anunció en una gran manifestación en Caracas que la
Asamblea declaró ilegítima la evidentemente fraudulenta reelección de Maduro de
2018 y, por tanto, no válida. En consecuencia, la Asamblea, la única
institución legítima y elegida popularmente, había declarado vacante la
Presidencia de Venezuela. A tenor de la cláusula de ausencia presidencial de la
Constitución del propio Hugo Chávez, Guaidó planteó que él se proclamaría
Presidente Interino el 23 de enero, día en que se conmemora el aniversario del
golpe militar de 1958 que derrocó la dictadura de Pérez Jiménez, y que sacaría
a Maduro para preparar nuevos comicios. Los EE.UU. se habían enterado a última
hora que la Asamblea Nacional daría un paso en esa dirección. Nosotros no
desempe-ñamos ningún papel para alentar o ayudar a la oposición. Ellos vieron
este momento como su última oportunidad posible. Ahora todo estaba en juego en
Venezuela, y teníamos que decidir cómo responder. ¿Sentarse y mirar? ¿O Actuar?
Yo no tenía dudas de lo que debíamos hacer. La revolución había comenzado. Le
dije a Mauricio Claver-Carone, a quien había elegido recientemente como
Director para el Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional (CSN),
que sacara una declaración de apoyo.
Informé a Trump sobre lo que
había pasado, interrum-piendo una reunión con un desconocido cuyo horario de
terminación ya había pasado. Trump, sin embargo, se irritó al informarle solamente de un posible cambio en
Venezuela, y dijo que debía sacar la declaración en mi nombre, no en el de él.
Pude haberle recordado que no hacía ni diez días él había dicho “No quiero
quedarme sentado mirando”, y probablemente debería haberlo hecho, pero sólo
saqué la declaración en mi nombre. Maduro reaccionó con dureza, y amenazó a los
miembros de la Asamblea Nacional y sus familiares. Al propio Guaidó lo
arrestaron por una de las fuerzas de la policía secreta del régimen, pero [……].
Se especuló que en realidad fueron los cubanos los que arrestaron a Guaidó,
aunque su liberación indicó una verdadera confusión en el régimen, una buena
señal.
Yo también publiqué el
primero de una serie de tuits sobre
Venezuela de condena al arresto de Guaidó por parte de la dictadura de Maduro.
Me sentía animado por que el gobierno de Maduro pronto me acusó de dirigir un
golpe “contra la democracia de Venezuela”, enfoque que siguieron otros
adversarios que atacaban a los asesores de Trump. Lo más importante es que
comenzamos a diseñar pasos que se deberían tomar de inmediato contra el régimen
de Maduro, y también contra Cuba, su protector y posible controlador, y
Nicaragua. ¿Por qué no arremeter contra los tres a la misma vez? Las sanciones
al sector del petróleo eran la opción natural, pero ¿por qué no declarar a
Venezuela un “estado patrocinador del terrorismo”, algo que yo había sugerido
por primera vez el 1 de octubre de 2018, y también volver a poner a Cuba en la
lista después de que Obama la sacara?
Con Chávez y ahora con
Maduro, los ingresos de Venezuela por concepto de las exportaciones
relacionadas con el petróleo habían disminuido drásticamente, en la medida en
que la producción cayó de aproximadamente 3,3 millones de barriles diarios
cuando Chávez asumió el poder en 1999 a aproximadamente 1,1 millones diarios en
enero de 2019. Esta caída en picada que llevó a Venezuela a niveles de
producción no vistos desde los años cuarenta, ya había empobrecido al país de
manera sustancial. Llevar la producción del monopolio estatal del petróleo al
nivel más bajo posible, lo cual gozaba con el apoyo pleno de la oposición, bien
que pudiera haber sido suficiente para llevar a pique al régimen de Maduro.
Hacía falta otras sanciones necesarias para eliminar las entradas ilícitas de
ingresos —en especial el tráfico de drogas con los narcoterroristas que
operaban principalmente en Colombia, y que tenían refugio en Venezuela— pero
era clave golpear la empresa petrolera.
El 14 de enero, yo había
convocado una reunión del Comité de Directores en la Sala de Situaciones para
analizar las opciones de sancionar al régimen de Maduro, en especial en el
sector del petróleo. Pensaba que ya era hora de apretar las tuercas y pregunté
“¿Por qué no vamos por la victoria?”. Rápidamente quedó claro que todo el mundo
quería tomar acciones decisivas excepto el secretario del Tesoro Mnuchin, quien
quería hacer poco o nada, con el argumento de que, si actuábamos, se corría el
riesgo de que Maduro nacionalizara lo poco que quedaba de las inversiones de
los Estados Unidos en el sector petrolero en Venezuela y que se dispararan los
precios internacionales del petróleo. Mnuchin en esencia quería una garantía de
que tendríamos éxito, con Maduro derrocado, si imponíamos las sanciones. Desde
luego que eso era imposible. Si tengo algún recuerdo de Mnuchin del Gobierno —y
hubo muchas copias al carbón de esto, de que Mnuchin se opusiera a fuertes
medidas, en especial contra China— es precisamente esta. ¿Por qué nuestras
sanciones a menudo no eran arrolladoras y efectivas como deberían? No hace
falta leer más. Como me diría en abril el secretario de Comercio Wilbur Rose
(un renombrado financista, mucho más conservador políticamente que Mnuchin,
quien básicamente era un demócrata), “A Stephen le preocupan más los efectos
secundarios en las empresas estadounidenses que la misión”, lo cual era
completamente exacto. El argumento de Mnuchin para la pasividad era totalmente
económico, de modo que fue importante que Larry Kudlow interviniera enseguida
para decir “Yo tengo también el mismo punto de vista que John”. Keith Kellogs
añadió que Pence pensaba que debíamos “ir con todo” contra la empresa estatal
petrolera de Venezuela. Eso tuvo enormes consecuencias ya que Pence rara vez
brindaba sus puntos de vista en ese tipo de escenario para evitar cerrarle el
paso al Presidente. Pompeo estaba de viaje, pero el vicesecretario de Estado
John Sullivan intercedió a favor de las sanciones, aunque sin gran
especificidad. El secretario de Energía Rick Perry estaba firmemente a favor de
sanciones duras, echando a un lado las preocupaciones de Mnuchin sobre los
limitados activos en el petróleo y el gas de los Estados Unidos en Venezuela.
Mnuchin era una minoría de
una sola persona, así que dije que enviaríamos a Trump un memorando con una
decisión dividida, y todos debían plasmar sus argumentos rápidamente porque
estábamos actuando con rapidez. Pence se había ofrecido antes para llamar a
Guaidó y brindarle nuestro apoyo, lo cual, después de escuchar a Mnuchin, pensé
que era una buena idea. La llamada salió bien, y aumentó la urgencia de que los
Estados Unidos reaccionaran con algo más que una retórica de elogios a la
Asamblea Nacional venezolana. No obstante, Mnuchin mantuvo su campaña de no
hacer nada; Pompeo me contó que sostuvo una llamada telefónica con Mnuchin
durante treinta minutos el jueves y le había hecho la contrapropuesta de
aplicar las sanciones por partes. Le respondí que ahora era que teníamos una
oportunidad de derrocar a Maduro, y que pudiera pasar mucho pero mucho tiempo
antes de que tuviéramos otra oportunidad tan buena como esta. Con medias tintas
no se iba a resolver nada. Pompeo estuvo de acuerdo en que no queríamos
replicar a Obama en 2009, y ver la represión de protestas en favor de la
democracia en Irán sin que los Estados Unidos no hicieran nada. Eso indicaba
que Pompeo se estaba moviendo en la dirección apropiada. Incluso la
Organización de Estados Americanos, desde hace mucho una de las más moribundas
organizaciones internacionales (y eso es por decir algo), despertó para ayudar
a Guaidó, mientras un creciente número de países de América Latina salían a
declarar su apoyo a la Asamblea Nacional desafiante en Venezuela.
El mero hecho de que Guaidó
siguiera en libertad demostraba que teníamos una oportunidad. Necesitábamos la
decisión de Trump sobre las sanciones y si se reconocería a Guaidó como el
Presidente Interino legítimo cuando cruzó el Rubicón el 23 de enero. El día 21
expliqué a Trump los posibles pasos políticos y económicos que se podían tomar contra
Maduro y dije que mucho dependía de lo que sucediera dos días más tarde. Trump
dudaba de que Maduro cayera, diciendo que “era demasiado inteligente y
demasiado duro”, lo cual era otra sorpresa habida cuenta de los comentarios
anteriores sobre la estabilidad del régimen. Poco tiempo antes, el 25 de
septiembre de 2018, en Nueva York, había dicho que “es un régimen que,
francamente, puede derrocarse muy rápidamente por el ejército, si las fuerzas
armadas deciden hacerlo”. Trump agregó que también quería el más amplio
diapasón de opciones contra el régimen, solicitud que yo trasladé a Dunford más
tarde ese mismo día. Dunford y yo analizamos también lo que haría falta si las
cosas salían mal en Caracas, lo que potencialmente pudiera poner en peligro las
vidas de personal estadounidense en funciones oficiales e incluso ciudadanos
particulares de los Estados Unidos, por lo que quizás se necesitara evacuar
“sin previo aviso” a los que estuvieran en peligro.
Mientras más pensaba sobre
eso, más cuenta me daba de que la decisión sobre el reconocimiento político era
más importante ahora que las sanciones al petróleo. En primer lugar, el
reconocimiento de los Estados Unidos hubiera tenido grandes implicaciones para
la Junta de la Reserva Federal y, en consecuencia, para todos los bancos del
mundo. La Reserva Federal hubiera traspasado automáticamente el control que
tuviera de los activos del gobierno venezolano al Gobierno encabezado por
Guaidó. Lamentablemente, como veríamos más tarde, el régimen de Maduro había sido
muy competente en robarse o dilapidar esos activos, no quedaban muchos. Ahora
bien, las consecuencias financieras internacionales del reconocimiento eran,
sin embargo, significativas ya que otros bancos centrales y bancos privados no
estaban dispuestos a un enfrentamiento con la Reserva Federal. En segundo
lugar, la lógica de las sanciones al monopolio petrolero del país, y otras
medidas a las que se resistían Mnuchin y el Departamento del Tesoro, serían
irrefutables una vez que endosáramos la legitimidad de Guaidó. Con ese fin,
programé una reunión a las ocho de la mañana el 22 de enero con Pompeo,
Mnuchin, Wilbur Rose y Kudlow.
Dentro de Venezuela
aumentaban las tensiones. En las horas previas a nuestra reunión, las
manifestaciones se habían extendido durante toda la noche, incluido los
cacerolazos, tradicionales reuniones para golpear ollas y cazuelas en las zonas
más pobres de Caracas, la base original del apoyo chavista. La escasez de
productos básicos aumentaba, y los manifestantes habían tomado control
brevemente de las carreteras del aeropuerto de Caracas. Sólo los colectivos, las pandillas armadas de
matones en motocicletas utilizadas por Chávez y Maduro para sembrar el terror e
intimidar a la oposición, y que esta última consideraba que eran equipadas y
dirigidas por los cubanos, aparecieron para reabrir las carreteras. Nada del
ejército. El ministro de Defensa Vladimir Padrino (un latino como tantos otros
que tenían nombres rusos, de la época de la Guerra Fría) y el ministro de
Relaciones Exteriores Jorge Arreaza habían abordado a la oposición para
explorar tentativamente lo que significaría la amnistía de la Asamblea Nacional
para los oficiales de las fuerzas armadas que desertaran en caso de que se
impusiera la oposición. Sin embargo, tras años de hostilidades entre ambas
partes, había una verdadera falta de confianza dentro de la sociedad
venezolana.
En estas circunstancias,
pregunté si debíamos reconocer a Guaidó cuando la Asamblea Nacional lo
declarara Presidente Interino. Ross habló primero, dijo que quedaba claro que
debíamos respaldar a Guaidó, y fue apoyado inmediatamente por Kudlow y Pompeo.
Felizmente, Mnuchin estuvo de acuerdo, y dijo que ya habíamos afirmado que
Maduro era ilegítimo, así que reconocer a Guaidó era el próximo paso lógico. No
analizamos cuáles serían las consecuencias económicas; Mnuchin tampoco vio la
relación o no quiso luchar por el tema. En cualquier caso, me convenía.
Resuelta la cuestión del reconocimiento, analizamos otros pasos: trabajar con
el informal Grupo de Lima de naciones latinoamericanas para que reconocieran a
Guaidó (lo cual necesitaba poca o ninguna labor de convencimiento), ajustar el
nivel de nuestras advertencias de “avisos sobre viajes”, considerar cómo sacar
a los cubanos y manejar a los paramilitares rusos que presuntamente estaban
llegando para proteger a Maduro. Valoré que la reunión había sido una victoria
total.
Más tarde en la mañana,
hablé con Trump, quien ahora quería garantías sobre el acceso a los recursos
petrolíferos de Venezuela en una etapa posterior a Maduro, tratando de asegurar
que China y Rusia no siguieran beneficiándose de sus negocios con el ilegal
régimen de Chávez y Maduro. Trump, como siempre, tenía problemas para
distinguir las medidas responsables para proteger los intereses estadounidenses
legítimos de lo que equivalía a una vasta ambición que ningún otro gobierno,
especialmente uno democrático, llegaría incluso a considerar. Le sugerí a Pence
que le planteara la cuestión a Guaidó en la llamada que estaba programada para
ese día por la tarde, y Trump estuvo de acuerdo. También llamé a varios
miembros de la delegación congresional de La Florida, quienes venían a ver a
Trump para tratar el tema de Venezuela por la tarde, de modo que estuvieran
listo si se planteaba el tema de los yacimientos petrolíferos. Los senadores
Marco Rubio y Rick Scott, y los congresistas Díaz-Balart y Ron DeSantis dieron
un contundente apoyo al derrocamiento de Maduro, y Rubio afirmó: “Esta puede
ser la última oportunidad”, y que ese éxito pudiera ser “una gran victoria de
política exterior”. Durante la reunión, explicaron que la Asamblea Nacional
consideraba que muchos negocios rusos y chinos se habían conseguido mediante
sobornos y corrupción, lo que los hacía fácil de invalidar una vez que se
instalara un nuevo gobierno. La conversación fue muy útil y Trump estuvo
inequívocamente de acuerdo en reconocer a Guaidó, lo que Pence, que participó
en la reunión, estaba plenamente dispuesto a hacer. Más tarde Trump añadió de
manera un tanto inútil “Quiero que diga que será extremadamente a los Estados
Unidos y a nadie más”.
Trump todavía quería una
opción militar, y planteó la cuestión a los republicanos de La Florida, quieres
se quedaron visiblemente perplejos, excepto Rubio quien ya lo había escuchado
antes y supo cómo rechazarlo cortésmente. Más tarde, llamé a Shanahan y Dunford
para preguntarles cómo pensaban que se debía proseguir. Ninguno de nosotros
pensaba que una opción militar fuera aconsejable en este momento. Para mí, este
ejercicio era solamente para mantener a Trump interesado en el objetivo de
derrocar a Maduro, sin gastar en realidad mucho tiempo en algo sin
posibilidades de éxito. El Pentágono hubiera tenido que empezar desde cero,
porque en el Gobierno de Obama, el secretario de Estado John Kerrry había
anunciado el fin de la Doctrina Monroe, un error que había repercutido en todos
los departamentos y agencias de seguridad nacional con efectos predecibles.
Ahora bien, eso prueba lo que algunos pensaron que era una broma, cuando Trump
comentó más tarde que yo había tenido que retenerlo. Tenía razón respecto de
Venezuela. Al final de nuestra llamada, Dunford dijo con amabilidad que
agradecía que hubiera tratado de ayudarlo a entender cómo pudiera surgir
nuestra participación desde el punto de vista militar. Por supuesto, el trabajo
fácil lo tenía yo, y terminé diciéndole “Todo lo que yo tenía que hacer era
tomar la decisión”. Ahora Dunford era el que tenía el problema. Se rio y me
dijo “Me agarraste. ¡Ya me pongo para eso! Por lo menos todavía le quedaba
sentido del humor.
Pence me pidió que lo
acompañara a su oficina para la llamada con Guaidó, la cual se realizó sobre
las seis y cuarto. Guaidó se mostró muy agradecido del video de apoyo que Pence
había distribuido anteriormente por la Internet, y los dos sostuvieron una
excelente conversación. Pence expresó una vez más nuestro apoyo, y Guaidó
respondió positivamente, aunque de manera muy general, sobre cómo la oposición
se comportaría si lograba prevalecer. Dijo que Venezuela estaba muy contenta con
el apoyo que los Estados Unidos le brindaban y que trabajarían codo a codo con
nosotros, dado los riesgos que estábamos corriendo. Pensé que esto debería
satisfacer a Trump. Tras la llamada, me incliné hacia el buró de Pence para
estrecharle la mano y decirle: “Este es un momento histórico”. Me sugirió que
fuera a la Oficina Oval para informar a Trump, quien se mostró bastante
contento con el resultado, esperando con ansias la declaración que realizaría
al día siguiente.
Me llamó alrededor de las
9:25 a.m. del día 23 para decir que el proyecto de declaración que se emitiría
cuando la Asamblea Nacional invocara formalmente la constitución venezolana
para dar el paso contra Maduro era “hermoso”, y añadió: “Casi nunca digo eso”.
Le agradecí y le dije que lo mantendría informado. Guaidó se presentó frente a
una enorme multitud en Caracas (según nuestra embajada, la mayor en los veinte
años de historia del régimen Chávez-Maduro), y fue juramentado como Presidente
Interino. La suerte estaba echada. Pence vino a estrecharme las manos y, de
inmediato, sacamos la declaración de Trump. Temíamos un despliegue inminente de
efectivos, pero no hubo ninguno (aunque algunos informes indicaron que, durante
la noche, los colectivos mataron a cuatro personas). La Embajada de Caracas
presentó sus credenciales ante el nuevo gobierno de Guaidó, junto con los
embajadores del Grupo de Lima, como muestra de apoyo. Alrededor de las seis y
media de la tarde informé a Trump acerca de los acontecimientos del día, y
parecía mantenerse firme.
Al día siguiente, Padrino,
ministro de Defensa, y un grupo de generales sostuvieron una conferencia de
prensa para declarar su lealtad a Maduro, que no era lo que queríamos que
sucediera, pero que hasta ese momento no se reflejaba en la actividad militar
real. La oposición creía que el 80 por ciento o más de la base, así como la
mayoría de los oficiales subalternos, cuyas familias soportaban las mismas
dificultades que la población venezolana en general, apoyaban al nuevo
gobierno. Si bien las cifras porcentuales no se podían confirmar debido al
carácter autoritario del régimen de Maduro, Guaidó argumentaba con frecuencia
que tenía el apoyo del 90 por ciento de la población venezolana general. Sin
embargo, los oficiales de alto rango militar, como los que sostuvieron la
conferencia de prensa, probablemente aún estaban demasiado corrompidos por años
de dominio chavista como para romper filas. Por otra parte, no se le había
ordenado al ejército salir de sus cuarteles para sofocar la rebelión,
probablemente por el temor de que no se obedeciera esa orden, lo que sería el
fin del régimen. El ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido, Jeremy
Hunt, que estaba en ese momento en Washington para asistir a unas reuniones,
estuvo encantado de cooperar con las medidas que pudieran tomar, por ejemplo:
congelar los depósitos de oro de Venezuela en el Banco de Inglaterra, con el
objetivo de que el régimen no pudiera venderlo para seguir adelante. Estas eran
el tipo de medidas que estábamos aplicando para ejercer presión económica sobre
Maduro. Insté a Pompeo a recabar aún más el apoyo del Departamento de Estado en
los esfuerzos contra la compañía petrolera estatal, ya que me preocupaba que
Mnuchin no estuviese haciendo nada, lo cual aceptó hacer. Pompeo estaba también
preocupado por las señales que indicaban que Maduro pudiera estar alentando a
los colectivos a amenazar al personal de la embajada de los Estados Unidos y
expresó que a Trump también le preocupaba.
La primera señal inquietante
que mostró Trump llegó ese día después de las ocho y media de la noche, cuando,
refiriéndose a Venezuela, llamó para decir: “No me gusta lo que estoy
escuchando”. Estaba preocupado por la conferencia de prensa de Padrino, donde
decía que: “Todo el ejército apoya a Maduro”. Luego añadió: “Siempre dije que
Maduro era duro. A este muchacho [Guaidó] nadie lo conoce”. Además, “los rusos
han hecho declaraciones brutales”. Calmé a Trump explicándole que el ejército
aún estaba en sus cuarteles, algo que era muy importante, y que las figuras
militares de alto rango habían estado sosteniendo conversaciones con la
oposición por dos días sobre qué ganarían si se retiraban o se pasaban a la
oposición. Las acciones aún estaban encaminadas, y mientras más pasara el
tiempo, más posibilidad habría de que el ejército se fragmentara; que era lo
que realmente necesitábamos. No creo que haya convencido a Trump, pero al menos
hice que se callara. Solo Dios sabe con quién él estaba hablando o si estaba
poniendo melodramático debido a la incertidumbre sobre los hechos. Estaba
seguro de una cosa: cualquier muestra de indecisión por parte de los Estados
Unidos socavaría todos los esfuerzos. Sospecho que Trump también sabía esto,
pero me sorprendió cómo nuestra política estaba tan cerca de cambiar justo
treinta y tantas horas después de ser lanzada. Esto es algo que no se puede
inventar.
A la mañana siguiente, llamé a Pompeo para
decirle que Trump estaba indeciso sobre si seguir con Venezuela y para
garantizar que Pompeo no estuviera a punto de seguirlo. Afortunadamente, la
reacción de Pompeo fue todo lo contrario, y dijo: “Haremos todo lo posible”
para sacar a Maduro. Alentado por esto, luego llamé a Claver-Carone para que se
comunicara con la gente de Guaidó y que garantizara que estuvieran enviando
cartas, lo antes posible, al Fondo Monetario Internacional, al Banco de Pagos
Internacionales e instituciones similares, anunciándoles que ellos eran el
gobierno legítimo. Pompeo era de la opinión que había un camino a seguir en el
tema de la seguridad del personal estadounidense en Caracas que nos permitiría
conservar una reducida misión, que era algo que quería mantener. Le expliqué
cómo, a veces, el Departamento de Estado se aferraba tanto a las cuestiones de
seguridad que llegaba a hacer concesiones en temas políticos, con el argumento
de que era necesario para proteger a los funcionarios. En realidad, no estaba
discutiendo para pasar por alto el riesgo que corría nuestra gente, pero sí
creía que era mejor retirarlos antes de hacer concesiones importantes a gobiernos
como el de Maduro.
Un poco después de las nueve
de la mañana, llamé a Trump y lo escuché más decidido que la noche anterior.
Aún pensaba que la oposición estaba “vencida”, refiriéndose nuevamente a la
imagen de Padrino y a “todos los apuestos generales” que declaraban su apoyo a
Maduro. Le comenté que la verdadera presión estaba a punto de comenzar ya que
habíamos impuesto sanciones sobre el petróleo, quitándole una parte
considerable de los ingresos al régimen. “Hazlo”, dijo Trump, que era la clara
indicación que necesitaba para abordar al Departamento del Tesoro en caso de
que aún mantuviera una actitud obstruccionista. No obstante, en lo que respecta
al personal diplomático en Caracas, Trump los quería a todos fuera del país,
temiendo las consecuencias negativas que traería si todo saliera mal. Sin
embargo, parecía sobre todo desinteresado, lo que se explicó luego el día que
anunció un acuerdo parcial que puso fin al cierre del Gobierno, interpretado en
todo el panorama político como una total capitulación a su proyecto de muro
fronterizo en México. No en balde estaba malhumorado.
Decidí llamar a Mnuchin, que
por algún motivo estaba nuevamente en California, y estuvo de acuerdo en que
debíamos aplicar las sanciones al petróleo “ahora que habíamos reconocido al
nuevo régimen”. Llamé a Pompeo para darle las buenas noticias y me dijo que el
Ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela vendría el sábado a Nueva York
para asistir al debate del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que
habíamos convocado nosotros y otros actores. Ambos pensamos que esta era una
oportunidad para que Pompeo se reuniera con él a solas y tuviera una valoración
clara de su forma de pensar sin tener escuchando de cerca a sus lacayos; algo
parecido a lo que estábamos haciendo con otros venezolanos en las misiones
diplomáticas en todo el mundo. Debido a la certeza casi absoluta del veto de
Rusia y China, no esperábamos ningún resultado sustancial en el Consejo de
Seguridad, pero era un buen foro para generar apoyo a favor de la causa de la
oposición. Guaidó apoyó más tarde, pidiendo a Cuba que sacara a su gente de
Venezuela y que las enviara a casa.
El sábado 26 de enero, a las
nueve de la mañana, se reunió el Consejo de Seguridad y Pompeo arremetió contra
el régimen de Maduro. Los miembros de la Unión Europea dijeron que Maduro tenía
ocho días para celebrar elecciones o todos reconocerían a Guaidó; un avance
considerable sobre lo que pensábamos que era la posición de la Unión Europea.
Rusia condenó la reunión como un intento golpe de estado y me acusó
personalmente por hacer un llamado a la expropiación de Venezuela al “estilo
bolchevique” (¡Que honor!), mostrándonos que estábamos en el camino correcto al
emprenderla contra el monopolio petrolero. Fue potencialmente importante
escuchar las noticias de que el Agregado Diplomático de Venezuela en Washington
había declarado su apoyo a Guaidó. Esta deserción y otras, trajo nuevos
defensores de la oposición a quienes, como procedimiento estándar, ahora se les
pediría persuadir y recabar el apoyo de tantos oficiales y funcionarios civiles
como fuese posible que aún estuviesen en Venezuela.
Desafortunadamente, el
Departamento de Estado estaba nervioso por las garantías que quería sacarle a
Maduro sobre la seguridad de su personal diplomático. No se trataba de que el
gobierno de Venezuela garantizara una protección adecuada, sino de cómo
intercambiar “notas diplomáticas”, algo completamente ajeno al contexto
político más amplio. El Departamento de Estado, además, había retrasado la
notificación a la Reserva Federal de que habíamos reconocido a un nuevo
gobierno en Caracas, algo que era impactante. El lunes, la Oficina para Asuntos
del Hemisferio Occidental del Departamento Estado estaba en total desacuerdo
con las sanciones contra el petróleo, alegando, como yo temía, que al hacerlo
pondría en peligro al personal de la embajada. Kim Breier, subsecretaria para
los Asuntos del Hemisferio Occidental quería retrasar las sanciones por treinta
días, lo que era una soberana tontería. Al principio, no lo tomé en serio. Pero
las objeciones de Breier parecían aumentar por día con casi todo lo que hicimos
para ejercer presión sobre el régimen de Maduro, habiendo dejado al personal de
nuestra embajada en peligro (la mayoría de ellos era parte del personal de
seguridad y no “diplomáticos”). Si hubiese sido un poco más escéptico, pudiera
haber llegado a la conclusión de que Breier y su oficina estaban en realidad
intentando socavar nuestra política básica. Pompeo me llamó el sábado en la
tarde, sin tener la seguridad de qué hacer con la resistencia que ofrecía la
burocracia. Lo convencí de que la Oficina para Asuntos del Hemisferio
Occidental solo estaba ganando tiempo; cualquier retraso en las acciones que
pudiese otorgarles, solo sentaría las bases para la próxima solicitud de
retraso. Finalmente, estuvo de acuerdo en “implementar las sanciones mañana”; y
así lo hizo. Sin embargo, la rebelión de la oficina no era una buena señal.
¿Quién sabe lo que la burocracia le estuviese diciendo a otros gobiernos, a los
tanques pensantes del fuerte movimiento de izquierda de América Latina / la
presencia del lobby en Washington, y a los medios? Mnuchin y yo hablamos varias
veces el lunes. Él se había pasado todo el fin de semana hablado con ejecutivos
de las empresas petroleras y las sanciones en realidad serían mucho más
agresivas de lo que había anticipado, lo cual eran buenas noticias. Las
predicciones sobre la imposibilidad de actuar contra la compañía petrolera
estatal debido a los efectos negativos sobre las refinerías de las Costas del
Golfo resultaron ser exageradas; habiendo previsto por años la posibilidad de
sanciones sobre el petróleo, estas refinerías estaban “bien posicionadas”, como
diría Mnuchin, para buscar otras fuentes de petróleo; las importaciones desde
Venezuela ya sumaban menos del 10 por ciento de su trabajo total.
En la tarde, estábamos a
punto de revelar las sanciones en la sala de prensa de la Casa Blanca, cuando
se me pidió que fuese a la Oficina Oval. Trump estaba muy contento con el
seguimiento que le había dado la prensa “al tema de Venezuela”. Me preguntó si
debíamos enviar cinco mil efectivos a Colombia en caso de necesitarlas, de lo
que tomé debida nota en mi cuaderno amarillo, argumentando que lo consultaría
con el Pentágono. “Ve a divertirte con la prensa”, me dijo Trump, y eso fue lo
que hicimos, cuando mis notas fueron captadas por las cámaras, y se suscitaron
interminables especulaciones. (Pocas semanas después, Carlos Trujillo, ministro
de Relaciones Exteriores de Colombia, me trajo un paquete de cuadernos igual al
que tenía en la sala de prensa, para que no se me acabaran.)
Fundamentalmente, pensábamos
que las sanciones contra el petróleo eran un duro golpe al régimen de Maduro, y
muchos estuvieron de acuerdo que ahora era solo cuestión de tiempo para que
cayera. Tenía un optimismo muy alto, alimentado en gran parte debido a que
creía que personas leales a Maduro como Diosdado Cabello y otros, estaban
enviando sus activos financieros y familiares al exterior en busca de
seguridad; apenas un voto de confianza en el régimen.
El 30 de enero, mi oficina
estaba repleta de personas, incluida Sarah Sanders, Bill Shine y Mercedes
Schlapp, para escuchar la llamada que realizaría Trump a Guaidó alrededor de
las nueve la de mañana. Trump le deseo buena suerte en la gran manifestación
anti Maduro organizada en la tarde de ese día, que Trump declaró como
histórica. Trump luego le aseguró a Guaidó que él derrocaría a Maduro, y
añadió, además, que estaba seguro de que Guaidó recordaría en el futuro lo que
había sucedido, lo que era la manera que Trump tenía de mostrarle su interés en
los yacimientos petrolíferos de Venezuela. Era un gran momento en la historia
del mundo, dijo Trump. Guaidó agradeció a Trump por sus llamados a la
democracia y por su firme liderazgo, lo que me hizo sonreír. ¿Firme? Si
supiera. Trump le dijo a Guaidó que podía sentirse en libertad de decirle a las
masas en la tarde sobre su llamada, y que esperaba con interés conocerlo
personalmente. Guaidó respondió que sería muy, pero muy emocionante para el
pueblo escuchar que él había hablado con Trump en el momento que estaban
luchando contra la dictadura. Trump le dijo que había sido un honor conversar
con él, y luego terminó la llamada. Sin dudas fue un impulso para Guaidó
anunciar que había hablado con Trump, que por supuesto era nuestra intensión.
Guaidó publicó un tweet sobre la
llamada incluso antes que Trump, y la cobertura de la prensa fue favorable de
forma uniforme.
A la una y treinta de la
tarde me reuní con ejecutivos estadounidenses de Citgo Petroleum Corporation, de participación mayoritaria en la
compañía petrolera estatal de Venezuela, para decirles que apoyábamos sus
esfuerzos y los de la oposición venezolana, en mantener el control de las
refinerías y estaciones de servicio en los Estados Unidos, protegiéndolos, de
ese modo, de los esfuerzos de Maduro por obtener el control. (Como le expliqué
a ellos y a otros, Guaidó había solicitado asesoría y se la estábamos brindando
en sus esfuerzos por nominar a personas como parte de las diferentes juntas
directivas de la compañía petrolera que, en última instancia, mediante sus
filiales, eran dueños de Citgo.) Referí a los ejecutivos a Wilbur Ross, a quien
conocieron al día siguiente, para asesorarse de cómo evitar los efectos del
gravamen impuesto por el gobierno ruso sobre las acciones de la compañía
petrolera de Venezuela que pudiera llevar a la pérdida de control sobre los
activos estadounidenses, algo en lo que estaban muy interesados. (Desde Moscú
conocimos que Putin presuntamente estaba muy preocupado por los aproximadamente
18 mil millones de dólares que Venezuela le debía a Moscú; el estimado de los
adeudos reales variaba constantemente, pero todos eran sustanciales.) Ese día,
temprano en la mañana, los ejecutivos estadounidenses me dijeron que los
venezolanos leales a Maduro, habiendo intentado sin éxito desviar los activos
antes de irse, habían salido de los Estados Unidos en una de las aeronaves
corporativas de Citgo, con destino a Caracas. Estaba seguro que sucederían más
cosas como estas en días venideros.
Incluso Lukoil, la gran
compañía rusa, anunció que suspendía las operaciones con el monopolio
petrolífero venezolano, lo que reflejaba al menos el deseo de Rusia de cubrir
sus apuestas. Pocos días después, PetroChina, la gran compañía China, anunció
que renunciaba a su monopolio petrolífero por una sociedad con un proyecto de
refinería chino, y por ende mostraba una gran inquietud. Posteriormente,
Gazprombank, la tercera entidad crediticia más grande en Rusia, estrechamente
vinculada con Putin y el Kremlin, congeló sus cuentas para no entrar en
conflicto con nuestras sanciones. Pensamos que Guaidó y la oposición
aprovecharían la oportunidad para hablar con los diplomáticos rusos y chinos y
empresarios de esas naciones, recordándoles que sería conveniente para ellos no
tomar partido en el diferendo entre venezolanos. Dentro del gobierno de los
Estados Unidos, también estábamos planificando lo que sucedería “al día
siguiente” en Venezuela y considerando qué habría que hacer para levantar
nuevamente la economía, terriblemente desordenada luego de dos décadas de mala
gestión económica (de la que incluso Putin no tenía una buena opinión). Reflexionamos
mucho en cómo poder ayudar a un nuevo gobierno a enfrentar tanto las
necesidades inmediatas del pueblo como su necesidad de largo plazo de reparar
la destrucción sistemática de la que una vez había sido una de las economías
más fuertes de América Latina.
Aumentaba cada vez más la
cantidad de diplomáticos que reconocían a Guaidó y esperábamos que esto les
demostrara incluso a las personas leales a Maduro que sus días estaban
contados, y además ofrecía una póliza de seguro contra el arresto de Guaidó y
otros líderes de la oposición. Esto no era una hipótesis. La policía secreta de
Maduro había irrumpido en la casa de Guaidó y había amenazado a su esposa e
hija pequeña. No fueron lastimadas, pero la señal era clara. Era muy parecida a
una operación dirigida por Cuba, resaltando nuevamente que la presencia foránea
en Venezuela, tanto cubana como rusa, era de vital importancia para mantener a
Maduro en el poder. Las protestas continuaron en todo el país, y no se dejaron
intimidar por la posibilidad de la caída del poder de Maduro. Los contactos con
los altos mandos militares continuaron para coordinar los términos en virtud de
los cuales podrían pasarse a las filas de Guaidó, así como con antiguos
miembros del gabinete chavista, líderes sindicales, y otros sectores de la
sociedad venezolana para forjar alianzas. Pensábamos que era el momento de la
oposición, pero ellos tenían que acelerar el paso.
En Venezuela se estaba
ideando un plan, que prometía resultados alentadores, para traer suministros
humanitarios a través de las fronteras de Colombia y Brasil y distribuirlos en
toda Venezuela. Hasta este momento, Maduro había cerrado de forma efectiva las
fronteras, que había sido posible gracias al terreno difícil, las junglas y los
bosques espesos que hacían el cruce casi imposible, excepto a través de los
bien conocidos y establecidos puntos de control. El proyecto de ayuda
humanitaria demostraría la preocupación que tenía Guaidó por el pueblo
venezolano y demostraría, además, que estaban abiertas las fronteras
internacionales, reflejando la creciente falta de control de Maduro. Existía
también la esperanza de que importantes mandos militares no seguirían las
ordenes de cerrar las fronteras, pero eso, incluso si lo hacían, Maduro estaría
en la imposible posición de negar la entrada de suministros sanitarios a su
empobrecida nación. Maduro estaba tan preocupado con esta estrategia que
nuevamente me criticó directamente, diciendo: “Tengo pruebas de que el intento
de asesinato fue ordenado por John Bolton en la Casa Blanca”. Lo secundó su
ministro de Relaciones Exteriores Arreaza, quejándose: “¡Lo que él intenta
hacer es darnos ordenes!”. Ahora Cuba también me atacaba directamente, así que
mis ánimos estaban elevados.
Iván Duque, presidente de
Columbia, visitó a Trump en la Casa Blanca el 13 de febrero y las
conversaciones se centraron en Venezuela. Trump les preguntó a los colombianos
si debería haber hablado con Maduro seis meses atrás, y Duque dijo rotundamente
que eso hubiese sido una gran victoria para Maduro, y sugirió que conversar con
él ahora sería un error aún mayor. Trump le dijo que estaba de acuerdo, lo que
fue un gran alivio para mí. Luego preguntó cómo estaban los esfuerzos en
general y si la balanza se inclinaba hacia Maduro o hacia Guaidó. En este
momento, Francisco Santos, embajador colombiano, resultó muy efectivo, al decir
que incluso dos meses atrás, él hubiera dicho que Maduro tenía una mayor
ventaja, pero ya no creía que fuera así, y explicó el por qué. Trump
evidentemente tomó nota de esto.
A pesar de ello, me
preocupaba que nuestro propio gobierno no mostrara un verdadero sentido de
urgencia. Existía, en todo el gobierno, una mentalidad obstruccionista “no
inventada aquí”, sin duda alguna en parte debido a que, durante los ocho años de
Obama, los regímenes de Venezuela, Cuba y Nicaragua no eran vistos como
adversarios de los Estados Unidos. Se le prestaba poca o ninguna atención a lo
que los Estados Unidos debía hacer si, de forma inconveniente, los pueblos de
estos países decidían que querían dirigir sus propios gobiernos. Incluso más
importante, desde mi punto de vista, era que la creciente influencia de Rusia,
China, Irán y Cuba en todo el hemisferio no había sido una prioridad. De hecho,
por consiguiente, el Gobierno de Trump enfrentó la avalancha de cuentas
pendientes en América Latina sin preparación alguna sobre cómo gestionarlas.
La oposición mejoró su
pensamiento sobre cómo “forzar” la ayuda humanitaria hacia Venezuela desde
Colombia y Brasil, y declaró que el sábado 23 de enero sería el día previsto.
El sábado anterior, en Caracas, seiscientas mil personas se habían apuntado
para ofrecer ayuda. Luego de muchas coordinaciones entre la Agencia de los
Estados Unidos para el Desarrollo Internacional y el Pentágono, ahora aterrizaban
aeronaves de carga C-17 en Cúcuta, una de los principales puntos fronterizos de
Colombia, y descargaban ayuda humanitaria para llevarlas a través de los
puentes que conectan a las dos naciones. En Venezuela continuaba el movimiento
en apoyo a la oposición. El Obispo Católico de San Cristóbal, que era además
vicepresidente de la Conferencia de Obispos Católicos del país, habló
públicamente, refiriéndose expresamente a la transición en que Maduro perdería
el poder. Habíamos esperado que la iglesia jugase un papel más activo, y ahora
estaba sucediendo. En la medida en que se acercaba el 23 de febrero, se
intensificaron los rumores acerca de que un líder militar de alto rango,
posiblemente el jefe del Ejército Venezolano, Jesús Suárez Chourio, anunciaría
en público que ya no respaldaba a Maduro. Antes se habían suscitado rumores
parecidos, pero el plan humanitario transfronterizo era el factor clave del por
qué ahora esto podía ser cierto. Al mismo tiempo, el senador Marco Rubio nombró
expresamente a Suárez Chourio, junto al ministro de Defensa, Padrino, y a otros
cuatro, como figuras militares clave que podrían recibir la amnistía si
desertaban hacia la oposición. Existía además la sensación de que
con deserciones de tal magnitud habría un gran número de efectivos que los
seguirían, y que las unidades del ejército aparentemente en dirección a la
frontera, luego regresarían a Caracas para rodear el Palacio de Miraflores, la
Casa Blanca de Venezuela. No obstante, esta predicción optimista no se hizo
realidad.
Nosotros estábamos aportando
nuestro granito de arena, con un discurso de Trump en la Universidad
Internacional de la Florida en Miami el 18 de febrero, que bien pudiera haber
sido un mitin electoral; así de entusiasta estaba la multitud. El plan para el
día veintitrés ya estaba en marcha, cuando el presidente de Colombia, Duque,
anunció que en Cúcuta también se le unirían los presidentes de Panamá, Chile y
Paraguay y el Secretario General de la Organización de Estados Americanos, Luis
Almagro. Esto demostraría de forma convincente que la revolución venezolana
difícilmente se hubiese “hecho en Washington”. En las fronteras aumentaron los
suministros humanitarios y había evidencia de que las fuerzas de seguridad de
Maduro habían intensificado su hostigamiento a las organizaciones no
gubernamentales dentro del país. El miércoles, Guaidó salió de Caracas de forma
clandestina, dirigiéndose a la frontera de Colombia, donde, como se había
planificado desde un primer momento, esperaría en la parte venezolana mientras
la ayuda humanitaria cruzaba el Puente Internacional Las Tienditas desde
Colombia. Sin embargo, escuchamos que en realidad Guaidó tenía pensado cruzar
hasta Colombia para participar en un concierto auspiciado por Richard Branson
en Cúcuta, el viernes en la noche, para apoyar la ayuda a Venezuela, y luego
encabezar la ayuda de vuelta hacia la frontera el próximo día, haciendo frente
directamente a la confrontación con las fuerzas de Maduro, si llegaba alguna.
Esto no era una buena idea,
por diferentes motivos. Era muy dramático, pero a la vez peligroso, no solo en
lo que respecta a la integridad física, sino más importante, políticamente. Una
vez cruzada la frontera y fuera de Venezuela, seguramente a Guaidó le sería más
difícil regresar. ¿Qué sucedería con su capacidad para dirigir y controlar la
política de la oposición si fuese aislado fuera del país, sujeto a la
propaganda de Maduro diciendo que había huido por miedo? No teníamos manera de
predecir lo que sucedería el sábado. La balanza podría inclinarse de un extremo
a otro: las cosas podrían salir bien, con la frontera abierta en la práctica,
lo que pondría en entredicho directamente la autoridad de Maduro, o podría
haber violencia y derramamiento de sangre en los puntos fronterizos, con el
posible arresto de Guaidó o peor. Yo pensaba que el plan para intentar cruzar
la ayuda humanitaria por la frontera estaba bien concebido y era totalmente
realizable. Sin embargo, planes más ambiciosos no habían sido bien pesados y
fácilmente podían haber terminado en problemas.
En medio de todo esto, con
la inminente Cubre de Trump y Kim Jong Un en Hanói, interrumpí mi itinerario
planificado para Asia, cancelé reuniones en Corea para así quedarme en
Washington hasta el domingo y ver lo que sucedía en Venezuela. Si bien la
atención de los medios se centraba en la frontera de Colombia y Venezuela,
sobre todo en Cúcuta, también había acontecimientos significativos en la parte
de Brasil. Los Pemones, pueblo indígena dentro de Venezuela que detestaba a
Maduro, estaban luchando contra las fuerzas de la Guardia Nacional del
gobierno. Se reportaban bajas en ambos lados y los Pemones, según se dice,
habían capturado veintisiete guardias, incluido un General, y habían quemado el
puesto de control de un aeropuerto. Para el viernes, los Pemones habían tomado
el control además de varias carreteras que conducían a Venezuela.
El viernes en la tarde,
Guaidó presuntamente cruzó hacia Colombia en un helicóptero, con la ayuda de
simpatizantes del ejército venezolano. Se esperaba que estas tropas ayudaran
también a trasladar la ayuda humanitaria a través de los puntos fronterizos el
sábado. Estaba decepcionado, pero al menos habíamos escuchado que esa noche el
concierto de Richard Branson estuvo más concurrido que el concierto rival organizado
por Maduro dentro de Venezuela, lo que supongo fue una especie de victoria. La
vicepresidenta de Maduro, Delcy Rodríguez, anunció que todos los puntos
fronterizos estarían cerrados el sábado, pero teníamos información
contradictoria sobre qué estaría cerrado exactamente y qué aún estaría abierto.
El sábado por la
mañana, una gran multitud de personas comenzó a reunirse en la frontera
colombiana, con la policía anti motines de Táchira desplegada en la frontera
venezolana. En la frontera con Brasil se mantenía un bajo nivel de violencia en
la medida en que las personas se concentraban allí también. Durante semanas, se
había estado acumulando ayuda humanitaria en varios puntos de control a lo
largo de ambas fronteras y se esperaba que caravanas adicionales fuesen
llegando a los puntos de control durante todo el día, escoltadas por
voluntarios de Colombia o Brasil y que fueran recibidas del otro lado por
voluntarios venezolanos. Al menos ese era el plan. Los incidentes de
lanzamientos de piedras, confrontaciones con la Guardia Nacional venezolana y
el retiro y reposicionamiento de barricadas fueron aumentando durante el día, a
medida que se acercaba la hora del cruce. Varios oficiales subalternos del
ejército y la marina desertaron y también hubo reportes de que miembros de la
Guardia Nacional apostados en la frontera también estaban desertando.
Guaidó llegó al
Puente Internacional Tienditas sobre las 9:00 a.m., dispuesto a cruzarlo. Hubo
reportes durante todo el día de que estaba a punto de cruzar el puente, pero
eso no sucedió, sin que diera una explicación plausible. De hecho, la operación
simplemente fracasó, salvo en algunos lugares donde los voluntarios trataron de
pasar la ayuda y lo lograron, como es el caso de la frontera con Brasil, no así
en la frontera con Colombia. Los Pemones seguían siendo los más agresivos;
habían tomado el aeropuerto más grande de Brasil y capturado más soldados de la
Guardia Nacional. Sin embargo, el nivel de violencia entre los colectivos y
algunas unidades de la Guardia Nacional para evitar el cruce de la frontera
aumentó, no así el nivel de ayuda que logró cruzar. En las ciudades de
Venezuela se producían grandes manifestaciones —planificadas para que
coincidieran con la ayuda humanitaria que se introducía en el país— incluso en
la base militar La Carlota de Caracas, donde los manifestantes trataban de
convencer a los soldados de que desertaran, sin éxito alguno.
Mi opinión, a
finales del sábado, era que la oposición había hecho muy poco para ayudar a la
causa. Me desilusionaba el hecho de que el ejército no hubiese respondido con
más deserciones, especialmente entre los oficiales de más alto rango. Me
sorprendió igualmente que Guaidó y Colombia no hubiesen puesto en práctica
planes alternativos cuando los colectivos y otras fuerzas evitaron que los
cargamentos con ayuda humanitaria entrasen, quemando los camiones que se
encontraban en el puente. Las acciones parecían incoherentes y desconectadas y
realmente no podía determinar si se debía a la falta de planificación previa o
a que le habían fallado los nervios. Si las cosas no se arreglaban en los
próximos días y Guaidó no regresaba a Caracas, entonces sí me empezaría a
preocupar.
Escuchamos que, en
opinión de los venezolanos, el sábado había sido una victoria para Guaidó, lo
cual me parecía una opinión demasiado optimista. Mucho después supimos que se
especulaba que los colombianos se habían echado atrás, temiendo que un
enfrentamiento militar en la frontera los obligaría a intervenir y, después de
tantos años combatiendo la contrainsurgencia y el narcotráfico en Colombia, sus
tropas no estaban preparadas para un conflicto convencional con las fuerzas
armadas de Maduro. ¿Acaso nadie se había dado cuenta de eso hasta el sábado? Al
mediodía ya Guaidó estaba en Bogotá, preparándose para la reunión del Grupo de
Lima del lunes. De entrada, seguía sin gustarme la idea de que Guaidó cruzase
la frontera y mucho menos que se quedara en Bogotá varios días, lo cual Maduró
aprovechó con fines propagandísticos para decir que Guaidó estaba solicitando
ayuda al tradicional adversario de Venezuela.
Hablé con Pence,
quien se dirigía hacia Bogotá para representar a los Estados Unidos en el Grupo
de Lima y subrayé la necesidad de persuadir a Guaidó para que regresase a
Caracas. Un elemento clave del éxito de la oposición hasta ese momento había
sido su cohesión, a diferencia del pasado en que siempre se había mostrado
dividida. Cada día que Guaidó pasara fuera del país, aumentaba el riesgo de que
Maduro encontrase una manera de volver a dividir a la oposición. Pence estuvo
de acuerdo y dijo que se reuniría con Guaidó en una reunión trilateral con
Duque. También le pedí a Pence que presionase para que se impusieran más
sanciones al régimen de Maduro, con el fin de demostrar que tenía que pagar un
precio por haber bloqueado la entrada de la ayuda humanitaria. En el mitin de
Miami, Trump había dicho que los generales venezolanos tenían que tomar una
decisión y Pence podría decir que esto reforzaba lo planteado por Trump.
El domingo por la tarde informé
a Trump sobre los últimos acontecimientos, pero parecía despreocupado, lo cual
me sorprendió. Estaba impresionado con el número de deserciones del ejército,
que en pocos días había ascendido a quinientas. Sospeché que su cabeza estaba
en lo de Corea del Norte y la Cumbre de Hanoi. Casi al final de la llamada me
dijo, “Está bien, socio”, señal de que estaba complacido con lo que había
escuchado. Mientras volaba hacia Hanoi, volví a hablar con Pence, que ya se
encontraba de regreso en Washington tras haber pronunciado su firme discurso en
Bogotá ante el Grupo de Lima y quien me dijo que había un gran espíritu en la
reunión, lo cual resultaba alentador. Guaidó lo había impresionado: “Muy
genuino, muy inteligente y pronunció un discurso muy fuerte frente al Grupo de
Lima”. Le pedí a Pence que le hiciera saber su opinión a Trump.
Mientras estuvimos en Hanoi,
Venezuela desapareció de la pantalla del radar, pero cuando regresé de Vietnam
el 1 de marzo, volvió a ocupar el centro de mi atención. Guaidó, que ahora
estaba haciendo un recorrido por América Latina, estaba al menos considerando
seriamente regresar a Venezuela, ya fuera por tierra o volando directamente a
Caracas. Mantuve a Trump informado, quien el domingo 3 de marzo me dijo: “Él
[Guaidó] no tiene lo que hace falta… Apártate un poco, no te involucres mucho”,
que era como decir “no te comprometas mucho”. En todo caso, al día siguiente
Guaidó aprovechó la oportunidad, pese a los riesgos, y regresó a Venezuela por
avión esa mañana. Esto demostraba el valor que había mostrado anteriormente y
resultó de gran alivio para mí. Las imágenes en vivo reproducidas por Internet
durante todo el día, mostraban el histriónico regreso de Guaidó a Caracas, lo
que se consideró un triunfo. Un inspector de inmigración le dijo: “¡Bienvenido
a casa, señor Presidente!” Una multitud le vitoreó durante todo el trayecto
desde el aeropuerto hasta su estado natal, sin que se viese al ejército por
ninguna parte ni que la policía tratase de arrestarle.
Animado por el exitoso regreso
de Guaidó, me dispuse a hacer todo lo que estuviese en nuestras manos para
aumentar la presión sobre Maduro, empezando por la imposición de sanciones a
todo el gobierno y aplicando más medidas contra el sector bancario, cosa que
debíamos haber hecho en enero y que finalmente aplicamos. En una reunión del
Comité de Directores para discutir nuestros planes, Mnuchin se mostró reacio,
pero fue convencido por los demás, especialmente por Perry, quien de forma muy
educada le explicó cómo funcionaban realmente los mercados del petróleo y el
gas internacionalmente, Kudlow y Ross que rebatieron su análisis económico, e
incluso Kirstjen Nielsen que pedía sanciones más severas. Pompeo se mantuvo
callado. Volví a decir que en Venezuela solo teníamos dos opciones: ganar o
perder. Empleando una analogía con la crisis del Canal de Suez en 1956, dije
que teníamos agarrado a Maduro por el cuello y teníamos que apretarlo, lo que
hizo que Mnuchin se mostrase visiblemente sobresaltado. A Mnuchin le preocupaba
que las medidas contra el sistema bancario afectaran a Visa y MasterCard, las
que quería mantener vivas para “el día después”. Le dije, como también lo
hicieron Perry y Kudlow, que no habría ningún “día después” a menos que
aumentáramos la presión dramáticamente y, mientras más pronto, mejor. Este no
era un ejercicio académico. En cuanto a la preocupación de Mnuchin respecto al
daño que podríamos ocasionar al pueblo venezolano, señalé que Maduro ya había
matado a más de cuarenta personas durante esta ronda de actividades de la
oposición y cientos de miles arriesgaban sus vidas cada vez que salían a la
calle a protestar. ¡Esas personas no estaban pensando en Visa ni en MasterCard!
Los pobres no tenían Visa ni MasterCard y ya estaban sufriendo las
consecuencias del colapso de la economía venezolana. ¡No podía creerlo, había
una revolución andando y a Mnuchin lo que le preocupaba eran las tarjetas de
crédito!
Al finalizar el día 7 de
marzo, recibimos noticias sobre los apagones masivos que se estaban produciendo
en toda Venezuela, exacerbados por las pésimas condiciones en las que se
encontraba la red eléctrica del país. Lo primero que pensé fue que a Guaidó o a
alguna otra persona se le había ocurrido asumir las riendas del asunto. Sea
cual fuere la causa o la extensión o duración del apagón, este tenía que
golpear a Maduro, pues era un ejemplo del desastre general que representaba el
régimen para el pueblo. La información sobre los efectos del apagón llegaba
lentamente, porque casi todos los medios de telecomunicación nacionales se
habían quedado sin electricidad. Las noticias que nos llegaban con el pasar de
los días, confirmaban la devastación. Casi todo el país estaba sin
electricidad, el aeropuerto de Caracas estaba cerrado, los servicios de
seguridad no se veían por ninguna parte, llegaban reportes de que se estaban
produciendo saqueos y los cacerolazos comenzaron de nuevo, mostrando el
significativo descontento popular contra el régimen. ¿Cuán terrible era el
daño? Supimos, unos meses después, que una delegación extranjera que había
visitado el país concluyó que la infraestructura del país para generar
electricidad “no tenía reparación”. El régimen trató de culpar a los Estados
Unidos, pero la mayoría de las personas comprendieron que, al igual que la
desintegración de la industria petrolera de Venezuela, la red de electricidad
nacional también se había deteriorado tras dos décadas de dominación Chavista,
porque el gobierno no había realizado los mantenimientos ni la inversión de
capitales necesarios. Y, ¿a dónde había ido a parar el dinero necesario para la
compañía petrolera estatal y la red eléctrica? A las manos del régimen
totalmente corrupto. Si esto no era causa para provocar un levantamiento
popular, resultaba difícil saber qué lo provocaría. Continuamos aumentando la
presión con la formulación de cargos por el Departamento de Justicia contra dos
capos venezolanos del narcotráfico (ambos antiguos funcionarios del régimen) y
con la expulsión de los representantes de Maduro, ampliamente apoyada por la
mayoría de los miembros del Banco Interamericano.
Los esfuerzos del régimen
por recuperar la red fallaron, al explotar algunas subestaciones cuando se
trató de energizar nuevamente la red, reflejo de los muchos años de falta de
mantenimiento y la obsolescencia de los equipos. La pérdida de las
telecomunicaciones también obstaculizaba la coordinación de las actividades a
nivel nacional, incluidas ciudades claves como Maracaibo. Guaidó continuó con
sus manifestaciones, que todavía atraían a una multitud considerable, asegurándole
a la gente que la oposición seguía adelante. La Asamblea Nacional declaró el
“estado de alerta” por los apagones y, si bien no tenía autoridad para hacerlo,
al menos le demostraba al pueblo que se estaban ocupando del asunto, en
contraste con la práctica desaparición de Maduro, otra señal de la
desorganización que reinaba en el régimen. Guaidó mantuvo sus contactos con
funcionarios del gobierno, buscando fisuras en la dirección que permitieran
socavar la autoridad de Maduro.
Desafortunadamente, la
desorganización también reinaba en el gobierno estadounidense, particularmente
en el Departamento de Estado. Unido a la reticencia del Tesoro, cada nuevo paso
en nuestra campaña de presión contra el régimen de Maduro requería de mucho más
tiempo y esfuerzos burocráticos del que cualquier persona pudiese justificar.
El Tesoro trataba cada nueva decisión sobre las sanciones como si estuviese
dirimiendo un caso penal en un tribunal, donde hay que probar la culpabilidad
más allá de cualquier duda razonable. Así no es cómo funcionan las sanciones.
De lo que se trata es de utilizar el inmenso poderío económico de los Estados
Unidos en beneficio de nuestros intereses nacionales. Las sanciones resultan
muy efectivas cuando se aplican de forma masiva, rápida y decidida y se hacen
cumplir con todo el poder disponible. Esto para nada se parece a la forma en
que enfocamos las sanciones contra Venezuela (o la mayoría de las sanciones
impuestas en el gobierno de Trump). Por el contrario, hasta las decisiones
relativamente menos importantes exigían esfuerzos estajanovistas por parte del
personal del NSC y de los que los apoyaban en otras agencias, proporcionando a
Maduro un margen de seguridad. Obviamente, el régimen no estaba cruzado de
brazos, más bien tomaba constantemente medidas para evadir las sanciones y
mitigar las consecuencias de aquellas de las que no se podía librar. Nuestra
lentitud y falta de agilidad eran una bendición para Maduro y su régimen, así
como para sus partidarios cubanos y rusos. Los inescrupulosos comerciantes y
financieros internacionales aprovecharon cada vacío de nuestra campaña de
presión, lo que resultaba un doloroso panorama.
Tal vez la decisión más
dolorosa se tomó el 11 de marzo, cuando Pompeo decidió cerrar la embajada en
Caracas y retirar a todo el personal estadounidense. Sin dudas, esto
representaba un riesgo para el personal que quedó en la Embajada, pues la
brutalidad de los colectivos era innegable. Pompeo había cultivado gran parte
de su reputación política criticando, de manera justificada, los errores
cometidos por el gobierno de Obama durante la crisis de Bengasi en septiembre
de 2012. Al igual que en la anterior reducción del personal en la embajada de
Bagdad y el cierre del consulado en Basora, Pompeo estaba decidido a evitar
“otro Bengasi” durante su mandato. Trump se mostraba mucho más susceptible y a
la simple indicación de riesgo por parte de Pompeo, decidió de inmediato
retirar el personal, lo cual Pompeo se dispuso a cumplir con presteza.
Contemplando lo sucedido en
retrospectiva, la visión siempre es de 20/20, pero el cierre de la embajada en
Caracas demostró ser dañino para nuestras acciones contra Maduro. La mayoría de
las embajadas europeas y latinoamericanas se mantuvieron abiertas y sin incidentes,
sin embargo, nuestra presencia en el país evidentemente se vio reducida. Debido
a la relajada actitud de Obama hacia los regímenes autoritarios y las amenazas
chinas y rusas en el hemisferio, nuestros ojos y oídos ya se habían reducido
sustancialmente. Para empeorar las cosas, el Departamento de Estado no supo
manejar las cosas tras el cierre, al no enviar a Jimmy Story, nuestro encargado
de negocios en Venezuela y al menos algunos de los miembros de su equipo, de
inmediato a Colombia, donde podían trabajar con la Embajada en Bogotá para
continuar su labor al otro lado de la frontera. En su lugar, el Buró para el
Hemisferio Occidental mantuvo el equipo en Washington para tenerlo más
controlado, lo que para nada ayudaba en nuestros esfuerzos para derrocar a
Maduro.
Una noticia más positiva fue
que según indicaban las negociaciones de la oposición con figuras claves del
régimen, las fisuras que buscábamos lograr comenzaban a emerger. Superar tantos
años de desconfianza no era fácil, pero tratamos de demostrar a los posibles
desertores que tanto la oposición como Washington iban en serio con lo de la
amnistía y el no procesamiento penal de los antiguos infractores. Esto era puro
pragmatismo político. Muchas de las principales figuras del régimen eran corruptas,
se beneficiaban del tráfico de drogas, por ejemplo, y su historial en materia
de derechos humanos dejaba mucho que desear. Estaba convencido, sin embargo, de
que era mejor tragarse unos cuantos escrúpulos con tal de derrocar al régimen y
liberar al pueblo venezolano, que respetar unos “principios” que mantenían a
ese mismo pueblo en la opresión y permitía la influencia de Cuba y Rusia. Esa
es la razón por la cual, para confundir al régimen, escribí un tweet para desearle a Maduro un largo y
tranquilo retiro en una buena playa en alguna parte (como Cuba). No me
entusiasmaba esa idea, pero era mucho mejor a que se mantuviese en el poder. A
juicio de la oposición, también enfrentábamos el problema de la estricta
vigilancia (probablemente por agentes cubanos) a la que estaban sometidos los
principales funcionarios del régimen, lo cual evidentemente resultaba
intimidante y dificultaba mucho más la comunicación segura entre los posibles
conspiradores golpistas.
Una estratagema que
estuvimos considerando para enviar señales a las principales figuras del
régimen era la de retirar de la lista de sancionados a las esposas y
familiares, una práctica muy común en la política estadounidense para enviar
señales e influenciar el comportamiento de algunos individuos o entidades
seleccionadas. Tales acciones probablemente no recibirían mucha atención y
serían un fuerte mensaje a los funcionarios del régimen de que estábamos
dispuestos a allanarles el camino para que se marchasen definitivamente de
Venezuela o se unieran a la oposición como coconspiradores y no como
prisioneros. A su vez, si cooperaban para facilitar el derrocamiento de Maduro,
serían retirados del listado de sancionados. A mediados de marzo, el asunto
llegó a un punto crítico, cuando el Tesoro se negó rotundamente a retirar de la
lista a ciertos individuos, pese al apoyo unánime de las demás partes
interesadas. Pompeo llamó a Mnuchin —de nuevo lo cogió en Los Ángeles— y le
dijo que cumpliera con la función administrativa del Tesoro y dejase de
cuestionar a su departamento. Así y todo, el Tesoro persistió en su posición,
haciendo preguntas sobre las negociaciones de la oposición con figuras del
régimen de Maduro, cuestionando al Departamento de Estado sobre si retirar a
esos individuos del listado produciría los efectos deseado. Esto ya era
intolerable y nos sugería la necesidad de trasladar la operación de las
sanciones del Tesoro a otro organismo. Finalmente, Mnuchin contestó que
aceptaría la orientación del Departamento de Estado si yo le enviaba una nota diciendo
que para mí eso era aceptable. Esto no era más que una forma de “cubrirse las
espaldas”, pero yo no tenía ningún problema en mandar una breve nota a Pompeo,
Mnuchin y Barr exponiendo mi opinión de que el Tesoro no tenía facultades para
ejercer su propia política exterior. Tiempo después, me alegró el que Elliot
Abrams, un viejo amigo que había entrado al Departamento de Estado como
“enviado especial” más, me enviase un correo electrónico en el que decía: “Tu
carta es un clásico. ¡Debería estudiarse en las escuelas para funcionarios del
gobierno!” Tristemente, el tiempo y esfuerzo que se perdieron aquí, pudieron
haberse empleado en promover los intereses de los Estados Unidos.
Simultáneamente, también
estábamos apretándole las tuercas a La Habana. El Departamento de Estado revocó
la absurda conclusión de Obama de que el beisbol cubano era independiente del
gobierno, lo que a su vez permitió que el Tesoro revocara la licencia que le
permitía al Beisbol de Grandes Ligas comerciar peloteros cubanos. Esta acción
no nos granjeó el cariño de los dueños, pero se equivocaban de a cuajo si no
comprendían que la participación de peloteros cubanos en el beisbol profesional
significaba acostarse con el enemigo. Mucho mejor aún fue el hecho de que las
perennes exenciones presidenciales respecto de disposiciones claves de la Ley
Helms-Burton tocaban a su fin. De conformidad con la Ley Helms-Burton, los
dueños de propiedades cuyos activos habían sido expropiados por el gobierno de
Castro y vendidos a terceros, podían entablar un juicio en los tribunales
estadounidenses, ya sea para recuperar dicha propiedad o recibir una
compensación por parte de los nuevos dueños. Sin embargo, esas disposiciones
nunca se implementaron. Ahora sí se implementarían. Consecuente con sus amenazas
públicas de implantar “un embargo total y completo” sobre Cuba debido a los
cargamentos de petróleo entre Venezuela y Cuba, Trump solicitó repetidas veces
al Departamento de Defensa que le presentase opciones concretas para detener
dichos cargamentos, incluida la opción de la prohibición. Si bien utilizar la
fuerza militar dentro de Venezuela era una opción fallida, utilizar la fuerza
para cortar el suministro de petróleo a Cuba hubiera sido dramático. El
Pentágono no hizo nada.
¿Qué grado de influencia
tenía Cuba en Venezuela? Hasta el The
New York Times entendía el problema,
como se deduce del artículo que publicó el 17 de marzo en el que contaba cómo
la “asistencia médica” cubana se utilizaba para sostener el apoyo de los
venezolanos pobres a Maduro y se les negaba a aquellos que no estaban
dispuestos a cumplir las órdenes de Maduro. El artículo mostraba el grado de
penetración de Cuba en el régimen de Maduro y lo mal que estaba la situación en
Venezuela. Adicionalmente, esa misma semana, un general venezolano que había
desertado y marchado a Colombia, describió públicamente el grado de corrupción
en el programa médico del país, una evidencia más de la podredumbre dentro del
régimen. Poco después, el Wall Street
Journal publicó un artículo en el que daba detalles de cómo Maduro estaba
perdiendo apoyo entre los venezolanos pobres, algo en lo que creíamos desde que
se iniciara la rebelión en enero. Insté a considerar nuevas acciones para
promover discrepancias entre el ejército venezolano y los cubanos y sus bandas
de colectivos. Los militares profesionales despreciaban a los colectivos y,
todo lo que hiciésemos para aumentar las tensiones entre ellos, deslegitimando
aún más la presencia cubana, sería positivo.
Trump parecía mantenerse en
su posición. El 19 de marzo, en una conferencia de prensa en la Casa Blanca
junto al presidente brasileño Jair Bolsonaro, había comentado: “aún no hemos
aplicado a Venezuela las sanciones más severas”. Por supuesto que dicho
comentario provocaba la pregunta “¿Y por qué no?” ¿A qué estábamos esperando?
Story, Claver-Carone y otros, continuaron recibiendo noticias desde Venezuela
de que el ritmo y la extensión de las conversaciones entre la oposición y los
posibles aliados dentro del régimen aumentaban. Todo parecía increíblemente
lento, pero al menos marchaba en la dirección correcta. De hecho, la evidencia
de las divisiones dentro del régimen podría haber sido la causa del arresto de
dos de los principales asistentes de Guaidó, especialmente el de su jefe de
despacho, Roberto Marrero. Pence sopesó toda la situación y persuadió a Trump
para que ignorase la oposición del Tesoro a sancionar a una de las principales
instituciones financieras del gobierno venezolano y a cuatro de sus
subsidiarias. Más tarde, Pence me contó que, al darle las instrucciones a
Mnuchin, Trump le dijo: “Tal vez sea hora de cerrarle el negocio a Maduro”.
¡Ciertamente! Después de eso, el Tesoro estuvo incluso de acuerdo en sancionar
a todo el sector financiero venezolano, algo a lo que se había opuesto
rotundamente durante mucho tiempo. Aunque me hacía feliz el haber logrado el
resultado correcto, pienso que el tiempo que desperdiciamos en discusiones
internas fue un salvavidas para Maduro. Mientras tanto, a mediados de marzo,
Rusia envió nuevas tropas y equipos, incluso catalogó uno de los embarques como
ayuda humanitaria, en un intento por esconder el nivel de su presencia. Había
fuertes indicios de que enviarían más en los meses siguientes. Al mismo tiempo,
sin embargo, el ministro de defensa de Brasil, Fernando Azevedo, me comentaba
que el final de Maduro estaba a la vista. También me reuní en mi oficina con el
presidente de Honduras, Juan Hernández, quien también se mostraba igual de
optimista, en contraste con la situación que tenía en su frontera con
Nicaragua.
El 27 de marzo, la esposa de
Guaidó, Fabiana Rosales, llegó a la Casa Blanca para reunirse con Pence en el
Salón Roosevelt y teníamos la esperanza de que Trump asistiera. A Fabiana la
acompañaban la esposa y la hermana de Marrero y, después de las fotos y las
declaraciones a la prensa por parte de Rosales y Pence, en vez de dirigirnos al
Salón Roosevelt, fuimos conducidos hacia la Oficina Oval. Trump saludó
calurosamente a Rosales y sus acompañantes e inmediatamente después entró la
tropa de la prensa para una transmisión en vivo que duró 20 minutos. Rosales
nos agradeció a Trump, Pence y a mí por nuestro apoyo (diciendo: “Sr. Bolton,
es un honor poder contar con usted como lo hemos hecho”). Trump estuvo muy bien
con la prensa y cuando se le preguntó por la participación de Rusia en
Venezuela dijo: “Rusia tiene que salir”, lo que provocó una fuerte impresión,
además de ser exactamente lo que yo esperaba que dijera.
Más interesante aún resultó
el debate después de que la prensa se hubiese marchado. Rosales describió lo
mal que estaban las cosas en Venezuela y la esposa de Marrero nos contó como la
policía secreta había irrumpido en su casa y sacado a rastras a su esposo para
llevarlo al Helicoide, la ahora tristemente célebre sede de la policía secreta
en Caracas, que también servía de prisión. Mientras continuaba la conversación,
Trump me dijo dos veces, refiriéndose a los rusos “Sácalos” y, con relación al
régimen cubano “Acaba con ellos (en Cuba)”, instrucciones que yo recibí con
agrado. Hubo un momento en que Trump enfatizó que quería que se aplicaran “las
sanciones más extremas” contra Venezuela, y yo me giré para ver a Mnuchin, que
había venido para otra reunión. Todos, tanto los venezolanos como los
estadounidenses, se rieron porque sabían que Mnuchin era el principal obstáculo
para que se cumpliese el deseo que había expresado Trump. Pence preguntó a
Rosales cómo estaba la situación con el ejército venezolano, pero Trump lo
interrumpió para decir: “Esto va muy lento. Yo creí que para este momento ya
habrían entrado en razones.” Rosales describió la violencia extrema de la que
estaba siendo testigo, y habló de los estrechos vínculos del ejército
venezolano con Cuba50. Al concluir la reunión con Rosales, Trump nos
dijo a Mnuchin y a mí: “Ahora no se pueden echar para atrás”, y yo dije: “Steve
y yo estaremos esperando ansiosamente el momento en cuanto él (Mnuchin) regrese
de China.” Yo estaba convencido de que Mnuchin estaba disfrutando ese momento
tanto como yo.
El resultado más inesperado
de aquella reunión fue que Trump se fijara en que Rosales no llevaba puesto un
anillo de casada y se veía muy joven. Lo segundo era cierto aunque también
parecía ser muy decidida, pero lo primero no lo había notado. Más tarde, cuando
se mencionó el nombre de Guaidó, Trump volvió a referirse al “asunto” del
anillo de casada. Nunca llegué a entender qué significaba aquello, pero sabía
que no era algo bueno, desde el punto de vista de Trump. Él pensaba que Guaidó
era “débil”, en comparación con Maduro, que era “fuerte”. Cuando llegó la
primavera, ya Trump llamaba a Guaidó el “Beto O’Rourke de Venezuela”, que
difícilmente podría considerarse como el tipo de elogio que debía recibir un
aliado de los Estados Unidos. Esto no resultaba de mucha ayuda pero era típico de
Trump que no tenía reparos en vilipendiar a los que lo rodeaban, como cuando
empezó a culparme de que la oposición no lograse derrocar a Maduro. Quizás a
Trump se le olvidó que él fue quien tomó la decisión final sobre esa política,
excepto cuando dijo que él era el único que tomaba las decisiones. No obstante,
la reunión que Trump sostuvo con Fabiana Rosales había sido donde había
mostrado hasta aquel momento su actitud más categórica sobre Venezuela desde el
Despacho Oval. Qué lástima que los funcionarios competentes de los
Departamentos de Estado y del Tesoro no hayan estado allí también para verlo.
Una de las estratagemas
aplicadas fue mi serie de tuits al Ministro de Defensa Padrino, con el objetivo
de avivar su sentimiento patriótico como venezolano en contra de los rusos y
los cubanos y exhortarlo a que “hiciera lo correcto” con arreglo a la
Constitución de su país. Nos pareció que habíamos logrado el objetivo. En
respuesta a la pregunta de un periodista, Padrino dijo: “Sr. Bolton, le digo
que estamos haciendo lo correcto. Hacer lo correcto es hacer lo que está
escrito en la Constitución…Hacer lo correcto es respetar la voluntad de la
gente.”51 Eso era justo lo que necesitábamos para empezar con una
nueva serie de tuits afirmando que “la voluntad del pueblo” era librarse de
Maduro, lo cual era realmente cierto. Al menos en aquel momento podíamos decir
que estábamos dentro de la mente de Padrino y quizás también dentro de la mente
de otras personas. De hecho, después de su reunión con Trump, Rosales dijo a
Abrams: “El régimen se cuestiona la credibilidad de la amenaza militar
estadounidense pero a lo que sí temen es a John Bolton cuando empieza a
tuitear.” ¡Eso era bastante alentador!
En Venezuela, los opositores
junto con figuras clave del régimen estaban planeando una jugada para que el
Tribunal Supremo de Justicia, el equivalente de nuestra Corte Suprema,
declarase ilegítima a la Asamblea Nacional Constituyente, que es la
“legislatura” electa fraudulentamente por Maduro52. Si el máximo
tribunal en Venezuela, que estaba lleno de compinches y mercenarios de Maduro y
liderado por los que decían ser sus partidarios más fuertes, deslegitimaba la
legislatura de Maduro, esto debilitaría grandemente el poderío de Maduro a
todos los niveles en Venezuela. Al propio tiempo, civiles venezolanos habían
atravesado las barricadas colocadas por la Guardia Nacional de Maduro sobre el
Puente Internacional Simón Bolívar cerca de Cúcuta, que es el punto fronterizo
con Colombia, acción con la cual habían retomado el contacto con el mundo
exterior. La Guardia Nacional se había dispersado y hubo informes no
confirmados de que los gobernadores de varias provincias fronterizas se estaban
haciendo cargo de la situación aunque solo temporalmente. El resultado final
contabilizado de la acción del 23 de febrero fue la deserción de mil
cuatrocientos miembros del Ejército Venezolano, la Guardia Nacional y las
fuerzas policiales53, y ya no teníamos dudas de que la mayor parte
del resto del ejército respaldaba con firmeza a Guaidó.
Para lograr salir
victoriosos, teníamos que mejorar nuestra estrategia considerablemente. En una
reunión “informal” con los jefes que yo organicé el 8 de abril, Mnuchin mostró
una actitud mucho más flexible, y acordamos aumentar la presión sobre Rusia tanto
dentro como fuera del Hemisferio Occidental, desde Ucrania o el Báltico, por
ejemplo, o sobre el Gasoducto Nord Stream 2. Mnuchin se ofreció para presionar
al Ministro de Finanzas ruso durante el fin de semana en la reunión anual del
Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y eso representaba un avance.
El estimado de la deuda total venezolana con Rusia y China (sobre todo con
Rusia) ascendía a 60 mil millones de dólares o más, por lo que era obvio que
tenían muchas cosas en riesgo, aún más si la oposición tomaba el poder54.
Yo solo esperaba que Trump no pusiese ninguna objeción a nuestro plan de subir
las apuestas con Moscú.
Claver-Carone y Story habían
recibido información de que el 20 de abril, el día previo a la celebración de
la Pascua, podría ser la fecha fijada para las negociaciones que destruirían al
régimen. Hasta habíamos escuchado rumores de que el jefe de la policía secreta
Manuel Christopher Figuera pensaba que Maduro estaba acabado55. Las
conversaciones con varios altos jefes militares venezolanos, incluido el
Ministro de Defensa Padrino, se estaban enfocando cada vez más en la
organización de acciones concretas: ya no se discutía si Maduro sería expulsado
del poder o no, sino cómo sucedería.56 Estos jefes militares también
tenían consultas con máximas autoridades civiles, en especial con Moreno,57
lo cual constituía una buena señal para proceder contra Maduro y aquellos que
aún se mostraban leales al régimen. Esto era importante porque para lograr un
verdadero cambio, no bastaba con sacar a Maduro del gobierno. Yo tenía la
impresión de que la negociación se centraba demasiado en cómo transcurriría el
periodo de “transición”, lo cual era muy riesgoso, ya que los defensores del
movimiento chavista seguirían controlando instituciones claves del gobierno
incluso después de la expulsión de Maduro. Desde mi percepción, la secuencia
que se esperaba siguieran los acontecimientos era la siguiente: el Tribunal
Supremo declararía ilegal a la Asamblea Constituyente, Maduro demitiría, el
ejército reconocería a Guaidó como Presidente Interino, la Asamblea Nacional
sería reconocida como la única legislatura legítima en Venezuela, y el Tribunal
Supremo seguiría en funciones. Este no era el escenario perfecto y desde mi
punto de vista, existía el riesgo real de que eliminar a Maduro para mantener
al régimen en el poder fuese el objetivo oculto de algunas de las figuras del
régimen que estaban involucradas.
El 17 de abril en el Hotel
Biltmore en Coral Gables, Florida, pronuncié un discurso en un acto de la
Asociación de Veteranos de Bahía de Cochinos para conmemorar el quincuagésimo
octavo aniversario de su invasión a Cuba en un intento fallido de derrocar el
régimen de Castro. Los veteranos de la Brigada 2506 eran una fuerza influyente
dentro de la política cubano-estadounidense en La Florida y en el país en
general, y este encuentro anual suscitaba mucha atención, llegando a ser un
evento que los aspirantes a la política trataban de no perderse. Ese día yo
pude darles por fin la noticia de que se había puesto fin a la suspensión del
Título 2 de la Ley Helms-Burton, lo que permitía presentar demandas contra los
dueños de bienes expropiados por el régimen de Castro, y se ponía plenamente en
vigor el Título 4, según el cual se podría denegar a esos dueños la visa
estadounidense, lo que constituía un gran problema para corporaciones
extranjeras que eran ahora las propietarias de muchos de esos bienes. Estábamos
anunciando muchas otras medidas relevantes contra Cuba y Venezuela, sobre todo
medidas que atacaban al Banco Central venezolano. El efecto global que se
perseguía era demostrar la resolución de la Administración contra la “troika de
la tiranía” aun cuando yo fuese la única persona en el abarrotado salón de
fiestas del Hotel Biltmore que sabía cuán poca resolución había detrás del
escritorio Resolute.[1]
Luego de algunos retrasos
por diversas razones, la nueva fecha límite para que la oposición actuara era
el 30 de abril. Sentía que el tiempo pasaba rápidamente en contra nuestra,
debido a las evidentes preocupaciones de Trump con respecto a Guaidó y el
“tema” del anillo matrimonial. Tenía presente el recuerdo de todos los errores
antes cometidos, como la salida de Guaidó del país, el hecho de que ni la
oposición ni Colombia hubiesen logrado forzar el cruce de la frontera con la
ayuda humanitaria en febrero, y el cierre de la Embajada de Caracas. De todos
modos, como se había fijado la acción para el 30 de abril, un día antes del 1ro
de mayo, fecha para la que Guaidó ya había convocado a realizar manifestaciones
masivas en todo el país, quizás ya estaba muy cerca la hora de la verdad.
De hecho, así fue. Pompeo me
llamó a las 5:25 a.m. del 30 de abril para decirme: “Hay mucho movimiento en
Venezuela”, y me comunicó, entre otras cosas, que el General Manuel Cristopher
Figuera, que había sido escogido hacía poco como jefe de la SEBIN, órgano
esencial de la policía secreta, había liberado al líder opositor Leopoldo López
de su prolongado arresto domiciliario. Pompeo dijo que Padrino había ido a
reunirse con Guaidó y que pensaba decirle pronto a Maduro que ya era hora de
que se marchara. Padrino se decía estar acompañado de trescientos militares que
afirmaron haberse librado de los cubanos, pero después supimos que esta
información (tanto el supuesto encuentro como el acompañamiento militar) era
incorrecta. La parte del plan vinculada al Tribunal Supremo (la declaración de
la Asamblea General como ilegítima) aún no se había ejecutado, pero parecía que
se iban acomodando otras piezas. Yo estaba listo para partir hacia la Casa
Blanca y salí un poco antes de lo habitual, con la previsión de que tendría un
día muy agitado. Para cuando llegué al Ala Oeste, Guaidó y López estaban en la
base aérea La Carlota en el centro de Caracas, que supuestamente se había
pasado al bando opositor. Guaidó publicó en Tuiter un video con un mensaje que
anunciaba el comienzo de la “Operación Libertad” y hacía un llamado a los
militares para que desertaran y a los civiles para que salieran a las calles a
protestar. Sin embargo, poco después conocimos que la información sobre la base
aérea La Carlota no era verídica, y que Guaidó y López nunca estuvieron
realmente dentro de dicha base. Además, en apenas unas horas se demostró que no
eran ciertos los informes de que unidades militares que respaldaban a Guaidó
habían tomado al menos el control de algunas estaciones de radio y televisión.
Durante toda la mañana
continuamos recibiendo informes confusos y contradictorios, como resultado del
fenómeno de “niebla de la guerra”, algo típico de eventos como estos, pero cada
vez resultaba más claro que se había desvanecido el plan discutido una y otra
vez entre la oposición y figuras claves del régimen. No recibimos los primeros
informes noticiosos hasta aproximadamente las 6:16 a.m. Escuchábamos que Moreno
había convocado a los miembros del tribunal supremo para que asumieran el papel
asignado, lo cual llevaría a su vez a que Padrino entrara en acción. Sin
embargo, resultó que los jueces no siguieron el plan. Ya en la tarde, mi
apreciación era que todos los altos dirigentes cívico-militares del régimen con
quienes la oposición había estado negociando, como Moreno, se estaban retirando
pues consideraban que las acciones se habían iniciado de forma prematura. El
General Cristopher Figuera afirmó que había alertado personalmente a Padrino
sobre la aceleración del cronograma, y podía aseverar que Padrino estaba
nervioso producto del cambio de planes.58 El cronograma se había
adelantado pero solo debido a que se sospechaba que el lunes en la noche los
cubanos se habían enterado de la conspiración, y por consiguiente esto motivó a
los involucrados por el bando opositor a avanzar sin seguir la secuencia
prevista. En mi opinión, todo ello evidenció quién estaba realmente al mando en
Venezuela, en concreto, los cubanos, quienes habían informado a Maduro de los
planes. A medida que se corría la voz entre los máximos dirigentes del régimen
de que se había vulnerado la seguridad del plan, el Presidente del Tribunal
Supremo Moreno se ponía cada vez más nervioso, lo que dio lugar a que éste no
lograra que su tribunal deslegitimara a la Asamblea Constituyente de Maduro
como estaba previsto; y por consiguiente, los altos jefes militares se
asustaron. Ante la falta de una fachada “constitucional”, ellos dudaron y la
liberación de López en la mañana del martes solo trajo como consecuencia que
aumentara el malestar de los altos jefes militares participantes en la
conspiración. Llegué a la conclusión de que estos generales nunca tuvieron la
intención de desertar, o al menos sopesaron los riesgos detenidamente como para
decidir a qué bando pasarse el martes en dependencia del curso que tomaran los
acontecimientos.
En las situaciones
revolucionarias nada sale nunca como se planificó y la improvisación puede en
ocasiones marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso. Pero en Venezuela
ese día, todo se fue por la borda. Claramente nos sentíamos frustrados, en gran
medida porque estábamos en Washington, lejos de lo que estaba pasando y sobre
todo porque no podíamos estar al tanto en tiempo real de los hechos que se
sucedían rápidamente. Posteriormente supimos por los líderes opositores que
luego que Cristopher Figuera liberara a López del arresto domiciliario, López y
Guaidó decidieron continuar con la esperanza de que funcionarios importantes
dentro del régimen se les sumaran. La historia recogerá que estaban equivocados
aunque no era descabellado que pensaran que una vez que el plan estuviera en
marcha, debían llevarlo hasta el final. Cristopher Figuera más tarde buscaría
refugio en una embajada de Caracas por temor a que el régimen de Maduro lo
matara, y huiría a Colombia. Su esposa y las de otros muchos altos funcionarios
del gobierno de Maduro ya habían abandonado Venezuela hacia los Estados Unidos
y hacia otros lugares más seguros.
Yo me debatía con el tema de
cuándo despertar a Trump y decidí hacerlo después de llegar a la Casa Blanca y
repasar brevemente toda la información disponible. Lo llamé a las 6:07 a.m.,
era la primera vez que lo despertaba desde que había tomado el cargo de Asesor
de Seguridad Nacional. Desconozco si Flynn o McMaster llegaron alguna vez a
hacerlo. Trump aún estaba medio dormido, pero cuando le dije lo que sabíamos,
tan solo me dijo: “Oh”. Le recalqué que el resultado no era para nada seguro.
Al final del día podía terminar preso lo mismo Maduro que Guaidó, o podía darse
cualquier otra alternativa intermedia. Llamé a Pence a las 6:22 y le transmití
el mismo mensaje, y seguí llamando sobre esa hora a otros miembros del Consejo
de Seguridad Nacional (NSC) y líderes importantes del Congreso, donde
contábamos con un apoyo casi unánime de los dos partidos hacia nuestra política
de línea dura con Venezuela. Pompeo y yo nos pasamos todo el día hablando por
teléfono con gobiernos de otros países para informarles lo que sabíamos y
pedirles su apoyo a una lucha cuya duración aun no podíamos predecir.
Nadie dio a Maduro la orden
de que era hora de marcharse, como se había previsto en el plan de la
oposición, pero no cabía duda alguna de que a pesar de toda la vigilancia de su
régimen, la rebelión lo tomó por sorpresa. A Maduro lo trasladaron con urgencia
al Fuerte Tiuna, un cuartel general cerca de Caracas, donde lo mantuvieron bajo
máxima seguridad durante varios días.59 En ese momento se dudó si la
razón para ello había sido proteger a Maduro o contenerlo para que no huyera de
Venezuela, o una combinación de las dos cosas, y hasta hoy en día no están
claros los motivos. (Los cubanos tenían buenas razones para preocuparse por
Maduro; Pompeo después diría públicamente que creímos que él había estado a
punto de abandonar Venezuela aquel día).60 Según la oposición,
supuestamente Padrino también había estado en el Fuerte Tuna casi todo el día.
Pero cualesquiera que hayan sido las razones, sin duda alguna los cubanos y las
máximas figuras del régimen se preocuparon mucho por lo que estaban
presenciando, lo cual reveló de manera convincente que estaban errados respecto
del apoyo hacia Maduro y su régimen dentro de Venezuela.61
Lo que me preocupaba en ese
momento era que el fallido levantamiento trajese como consecuencia arrestos
masivos de los opositores y un posible baño de sangre que desde enero temíamos
podía suceder. Sin embargo, estas consecuencias previstas para el peor de los
escenarios no tuvieron lugar ni ese día, ni esa noche, ni en las semanas ni
meses subsiguientes. Lo más probable es que no sucedieran porque Maduro y sus
compinches eran bien conscientes de que la aplicación de medidas enérgicas
podría provocar que los militares, e inclusive los más altos funcionarios, se
pusiesen en contra del régimen. Ni Maduro ni sus controladores de Cuba estaban
dispuestos a arriesgarse, y eso continúa siendo cierto hasta hoy.
El 1ro de mayo, programé una
Reunión del Comité Interdepartamental para analizar los pasos a seguir. Todos
aportaron sus sugerencias, muchas de las cuales se aprobaron, y una vez más se
planteaba la pregunta de por qué no habíamos ejecutado todas esas propuestas y
otras más en enero. En ese momento fue cuando los efectos de la dilación
burocrática se hicieron totalmente evidentes, así como la falta de constancia y
determinación en el Despacho Oval. Aunque los bandos siguieron estando en
esencia en la misma posición en que se encontraban antes de la revuelta del 30
de abril, no había forma de evadir que aquello no había sido más que una
derrota de la oposición. Habían ejecutado una jugada y no habían avanzado ni
una yarda, y eso en una dictadura nunca es una buena noticia. Pero el hecho de
que perdieran una jugada no significaba que habían perdido todo el partido, si
bien nuestro equipo estaba visiblemente decepcionado. Ahora correspondía a la
oposición levantarse, sacudirse el polvo y empezar la marcha otra vez.
Uno de los efectos
inmediatos fue que las manifestaciones masivas del 1ro de mayo previamente
planificadas por Guaidó, aunque fueron mucho más grandes que las
contramanifestaciones del régimen, no fueron tan masivas como podrían haber
sido. Muchos ciudadanos, obviamente inseguros sobre cómo reaccionaría el
régimen, tenían miedo a estar en las calles, aunque las imágenes televisivas de
Caracas mostraban a hombres y mujeres jóvenes de la oposición ansiosos por
entablar una pelea, que arremetían contra los vehículos blindados de la policía
que intentaba contener a los manifestantes. Guaidó se pasó todo el día hablando
en público, convocando de manera continua a protestas y huelgas de los
sindicatos del sector público, a los que había logrado apartar hasta cierto
punto de su antiguo apoyo al movimiento chavista detrás de Maduro. El
deplorable estado de la economía hacía que incluso los empleados del gobierno
tomaran conciencia de que se necesitaba un gran cambio para que las cosas
mejoraran. Maduro, por el contrario, permaneció invisible, sin aparecer en
público, probablemente escondido en el Fuerte Tiuna, supuestamente sentando las
bases para los arrestos a gran escala, a los que temían la oposición y el
público en general, pero que afortunadamente nunca se materializaron.
Un acontecimiento negativo e
innecesario fue la decisión de Trump de llamar a Putin el 23 de mayo,
principalmente para abordar otros temas, aunque al final tocó el tema de
Venezuela. En esa conversación Putin hizo un despliegue brillante de propaganda
al estilo soviético, que desde mi percepción resultó bastante convincente para
Trump. Putin dijo que nuestro apoyo a Guaidó había consolidado el respaldo a
Maduro, que estaba completamente alejado de la realidad, como su igualmente
ficticia afirmación de que las concentraciones de los partidarios de Maduro el
1ro de mayo habían sido mayores que las de la oposición. De una manera que
aseguraba captar la atención de Trump, Putin calificó a Guaidó como alguien que
se proclamaba a sí mismo, pero carente de apoyo real, una situación equiparable
a que Hillary Clinton decidiese autoproclamarse Presidenta. Esta línea
orwelliana continuó mientras Putin negaba que Rusia tuviera participación real
en los acontecimientos de Venezuela. Putin admitió que Rusia había vendido
armas a Venezuela diez años atrás durante el mandato de Chávez, y mantenía su
responsabilidad en cuanto a la reparación y el mantenimiento de esas armas con
arreglo al contrato firmado en aquel momento, pero nada más que eso. Dijo que
Christopher Figuera (aunque no mencionó su nombre, sino su título) era
probablemente agente nuestro y podría ponernos al corriente. ¡Qué gracioso!
Tras esta llamada, Putin podía haberse llevado fácilmente la impresión de que
tenía vía libre en Venezuela. Poco después, según nos informó el Departamento
del Tesoro, Trump habló con Mnuchin, quien felizmente concluyó que Trump quería
ser menos severo en la aplicación de nuevas sanciones contra Venezuela.
Durante los meses
siguientes, la economía de Venezuela se deterioró y continuó el declive que ya
se había prolongado durante veinte años bajo los mandatos de Chávez y Maduro.
El Presidente del Comité Internacional de la Cruz Roja, después de visitar
Venezuela, me dijo que no había visto hospitales en tan malas condiciones desde
su último viaje a Corea del Norte. Se reanudaron las negociaciones entre la
oposición y las figuras clave del régimen. El progreso no fue constante, y hubo
largos períodos en los que las negociaciones parecían estancarse. La oposición
luchó por encontrar una nueva estrategia tras el fracaso del 30 de abril, con
resultados diversos. Una estrategia que podría resultar atractiva sería
fomentar la competencia dentro del régimen para derrocar a Maduro. Si poner a
estos escorpiones dentro una botella para que peleen uno contra el otro
produjera la destitución de Maduro, incluso si "el régimen" permaneciera
en el poder, esto podría acrecentar la inestabilidad y agudizar las luchas
internas, dando a la oposición más posibilidades de actuar. La comunidad
venezolana-estadounidense en La Florida, aunque se deprimió por el resultado,
se recuperó rápidamente al prevalecer la urgencia de aliviar la opresión a la
que están sometidos sus amigos y familiares. Y los políticos estadounidenses,
desde Trump hacia abajo, se dieron cuenta de que los votantes
venezolanos-estadounidenses, por no hablar de los cubanos-estadounidenses y
nicaragüenses-estadounidenses, cruciales en La Florida y en otros estados,
juzgarían a los candidatos a partir de su apoyo a la oposición.
Sin embargo, en Venezuela se
prolongó el estancamiento. Ninguno de los dos bandos podía derrotar al otro.
Aun así, sería un error decir, como muchos comentaristas han afirmado, que los
militares se mantuvieron leales a Maduro. Los militares permanecieron en sus
cuarteles, lo que indudablemente benefició al régimen. Sin embargo, eso no
significa, a mi juicio, que los oficiales subalternos y las tropas alistadas
tengan un sentimiento de lealtad hacia un régimen que ha devastado un país, en
el que las condiciones económicas empeoran a diario. Yo pienso en cambio que
los militares de alto rango están seguramente casi más preocupados por la
cohesión de las fuerzas armadas como institución. Una orden para suprimir la
oposición podría conducir a una guerra civil, en la cual la mayoría de las
unidades militares regulares probablemente apoyarían a la oposición, en
contraposición a los diversos órganos de la policía secreta, las milicias y los
colectivos dirigidos por los cubanos. Tal conflicto sería uno de esos escenarios
inusuales que podrían empeorar aún más las cosas en Venezuela. Pero es
precisamente por eso que, en las circunstancias apropiadas, los militares
podrían perfectamente derrocar al régimen, no sólo a Maduro, y permitir el
retorno a la democracia.
Actualmente el principal
obstáculo en el camino de la liberación de Venezuela es la presencia cubana,
que cuenta con el apoyo decisivo de los recursos financieros rusos. Si las
redes militares y de inteligencia de Cuba abandonaran el país, el régimen de
Maduro tendría serios problemas, probablemente fatales. Todo el mundo está
consciente de esta realidad, sobre todo Maduro, que muchos creen que debe su
posición como Presidente a la intervención cubana en la lucha por el control
tras la muerte de Chávez62. Al mirar atrás, me queda claro que La
Habana vio a Maduro como el más dócil de los principales contrincantes, y el
tiempo ha demostrado que esta tesis fue acertada.
Al concluir ese último día
de abril de 2019, se frustraba el intento de levantamiento el mismo día en que
había comenzado como resultado de dos décadas de desconfianza mutua, la
cobardía de varios líderes del régimen que se habían comprometido a actuar pero
que perdieron el valor en el momento decisivo, algunos errores tácticos
cometidos por la inexperta oposición, la ausencia de algún asesor
estadounidense en el terreno que pudiera, y subrayo "pudiera", haber
ayudado a marcar la diferencia, y la fría y cínica presión ejercida por los
cubanos y los rusos. Expuse todo esto en su momento, con la esperanza de dar
continuidad a los esfuerzos de la oposición, y aclarar los hechos históricos63.
Las recriminaciones después de un fracaso son inevitables, y nos tuvimos que
enfrentar a muchas, incluso algunas recriminaciones directas de Trump.
Pero no se equivoquen: esta
rebelión estuvo muy cerca de lograr el éxito. Creer lo contrario sería ignorar
una realidad que, a medida que vaya saliendo a la luz más información en los
años venideros, sólo se volverá más clara. Tras el fracaso del 30 de abril, la
oposición continuó su lucha, y la política estadounidense debería seguir
apoyándola. Como me dijo Mitch McConnell a principios de mayo, "No
retrocedas". Todo el crédito es de aquellos que arriesgaron sus vidas en
Venezuela a fin de liberar a sus compatriotas, y aquellos que los cuestionaron
deberían sentir vergüenza. Venezuela será libre.
[1] N. del T. Se trata del nombre del
escritorio que usa el Presidente en el Despacho Oval. En esta oración hay un
juego de palabras en inglés con el significado de la palabra “Resolute” que
quiere decir “resuelto”.